Palabras a la promoción de estudiantes 2018 del Instituto Alberto Merani
La educación tiene la llave maestra del desarrollo
Por: Julián De Zubiría Samper
Todo buen padre sabe que lo mejor que le puede dejar a sus hijos es la educación. Tal vez sus propios padres se lo han dicho a ustedes. Si es así, tienen la razón. El dinero se esfuma, pero la educación queda, acompaña y construye personas, sociedades y generaciones enteras. La buena educación es la llave maestra para transformar los individuos y las sociedades. Durante el siglo XX, no existe un solo caso de una nación que haya avanzado significativamente, sin invertir en educación y en ciencia. No podría existir. Todos los países del sudeste asiático invirtieron sus escasos recursos en ciencia y educación. Así lo hicieron Corea, Taiwan, Malasia, Singapur o Hong Kong. Le apostaron al futuro y, como todos sabemos, ganaron. Por eso alcanzaron sus objetivos. No es por ser ricos que invierten ahora en educación. Es al revés: debido a que décadas atrás invirtieron en investigación y educación, hoy son ricos. Como las personas: sus ingresos mejoran gracias a la educación. No es porque ganan más que pueden invertir en educación. Es, al contrario: porque invirtieron en educación, hoy ganan más.
Singapur, por ejemplo, era una pequeña isla perdida en el sudeste asiático, con un PIB per cápita inferior al que tenía Honduras y Colombia en 1965. Hoy es el país más rico de Asia. ¿Por qué lo logró y nosotros no? Es sencillo: hicieron la tarea que nosotros no hemos podido hacer. Ni Honduras, ni Colombia, ni muchos países más. Ellos invirtieron en ciencia y educación, trabajaron en equipo con esfuerzo y disciplina; respetaron las leyes y transformaron los modelos pedagógicos. Por eso, según el Estudio Internacional de Competencias Ciudadanas de 2016, ellos hoy confían en el 68% de la gente que conocen. Nosotros, tan solo en el 4%. En confianza en los otros, les pregunto a los graduandos: ¿ustedes se parecen más a los estudiantes de Singapur o los demás jóvenes colombianos? Es una pregunta fundamental para ustedes, para sus padres y para nosotros. Ojalá, en la copa de vino, conozcamos algo de la respuesta; porque un país en el que la gente no cree en los otros, no es viable en el tiempo, no sabe trabajar en equipo y no podrá ponerse de acuerdo al construir los proyectos nacionales.
Algo similar están haciendo Finlandia, China, Vietnam, Chile, Polonia y Canadá. La clave es la misma: Construir una educación más pertinente y contextualizada para los jóvenes, la cultura y los tiempos que vivimos. Para lograr este propósito es necesario invertir en ciencia y repensar el sistema educativo. Con el agravante de que, en Colombia, tenemos que empezar por articularlo ya que hasta el momento es totalmente precario, aunque, curiosamente, Rodolfo Llinás insiste en que las graves debilidades de nuestro sistema educativo serán, precisamente, las que nos permitirán transformarlo más fácilmente. Quien quita: tal vez podamos convertir en fortaleza su mayor debilidad.
Una mala educación frustra oportunidades, deteriora la comunicación, empequeñece la democracia y destruye los sueños de toda una generación y de las que descienden de ella. Una mala educación impide el desarrollo, personal, social y sostenible.
Un maestro apasionado, que rete y haga sentir capaces a sus estudiantes, en realidad le cambia la vida a un niño y podría hacerlo a una generación completa. Muchas veces no sabemos del impacto que logramos. El maestro Nicolás Buenaventura, por ejemplo, nunca supo que fue el docente que más me influyó en vida. El miércoles de esta semana cumpliría cien años. En cierta ocasión me encontré con él en Chinauta y lo vi hacer un ejercicio que, para mí, daría en la clave de lo que posteriormente se conocería como el desarrollo del pensamiento. Nicolás contaba una historia a la que intencionalmente había suprimido alguna información esencial para poder comprenderla. La idea era que, mediante preguntas hipotéticas, sus interlocutores pudieran inferir e interpretar la situación de manera completa. Primero generaba la situación aparentemente absurda ante el auditorio, luego lo retaba a descubrirla, a deshilvanar lo incoherente y, como buen maestro, invitaba al público preguntar, a dialogar.
Durante algunos años, mis clases de pensamiento con jóvenes consistían en construir acertijos para favorecer el pensamiento hipotético-deductivo. También puse a todos los profes del Merani a resolverlos y a construirlos en la forma que me había enseñado Nicolás. Él me invitó a jugar con historias en las que se abordaba lo lógicamente posible y no lo real, lo hipotético y no lo concreto. Sin duda, esa es la clave del desarrollo del pensamiento. Él me cambió la vida a mí y es posible que, a través mío, a muchos docentes y jóvenes más. Los buenos maestros trascienden, perduran en el tiempo, cambian sociedades.
Por eso, si tuviéramos buenos gobiernos, harían lo mismo que hacen los buenos maestros: harían lo posible por trascender; y lo que hacen los buenos padres: les dejarían la mejor educación posible a los ciudadanos. Esa sería, tal vez, la tarea más importante de ellos: Garantizar que niños y jóvenes asistan a las mejores escuelas y universidades y que cuenten con los mejores maestros, currículos y ambientes escolares, de manera que los preparen de la mejor manera posible para la vida, la de ellos y la de quienes los acompañan, sus coterráneos.
La buena educación reconstruye los hilos invisibles del tejido social, enseña a pensar, a crear y a convertir los sueños en realidades. Les muestra las debilidades a los estudiantes para que, aprovechando sus fortalezas, puedan superarlas. Es retadora, exigente, amorosa, transformadora, trascendente, problematizadora e integral.
Es una ilusión creer que la educación les concierne solamente a los padres, a los hijos y a las escuelas. La educación es condición del desarrollo de las sociedades modernas. Sin ella se destruye el tejido social, se frena la creatividad y se bloquea la productividad. Con mala educación será imposible llegar a un pacto por la justicia o contra la corrupción; también lo sería fortalecer la productividad e impulsar lo que hoy llaman la economía naranja.
Es triste ver lo poco que ha avanzado Colombia en los últimos treinta años en la calidad de su educación. Como país, permanecemos estancados en comprensión lectora, en argumentación y en convivencia. Los resultados que obtenemos como nación son casi los mismos que alcanzábamos dos décadas atrás. Algo distinto pasa en algunas instituciones que se esfuerzan por seguir avanzando, por hacer cada vez mejor las cosas; por aprehender de nuestros errores en el pasado. Esta promoción de jóvenes alegres y esperanzadores que hoy se gradúa en el Merani, por ejemplo, alcanzó un resultado que es superior al que logramos en el año 2000 en un 42%. Y en dicho año ya habíamos obtenido el mejor puntaje entre todos los colegios de calendario A en las pruebas de Estado. Aun así, no es el resultado más alto que hayamos obtenido. Siempre es posible mejorar. En el fondo, esa es la calidad.
Por eso he acompañado a los estudiantes de las universidades públicas que hoy exigen un mayor presupuesto para sus instituciones. En los últimos 25 años, el Estado le transfirió a cada universidad la misma cantidad de dinero en términos constantes, pero ellas tienen hoy cuatro veces más estudiantes, gastan más en sus profes, porque cuentan con más títulos y publicaciones y tienen diez veces más estudiantes en maestrías y doctorados, que cuestan a sus universidades varias veces lo que vale un estudiante de pregrado. Debido a lo anterior, hoy el Estado colombiano les transfiere la mitad de los recursos por cada estudiante. Es difícil mantener la calidad así, pero lo han logrado con enorme esfuerzo. Han hecho muy bien la tarea, con las uñas. Mienten los medios cuando dicen que las universidades oficiales son malas y costosas. En realidad, siguen siendo las mejores universidades del país. Las que más valor agregan. En el fondo, de eso se trata la educación: de agregar valor, de transformar las vidas de sus estudiantes.
En Colombia, cada año se gradúan 540.000 jóvenes. La mitad de ellos no pueden continuar ningún estudio en la educación superior. No ingresan ni al SENA ni a ninguna universidad. Se dedican a trabajar o a buscar trabajo, ya que, no debería pasar, pero pasa: estudiar está por encima de sus posibilidades. El caso más grave es el de los jóvenes de estrato uno. El 90% no ingresará nunca a la educación superior. No conocerán en su vida un aula o un profesor universitario. Lo más triste de todo: permanecerán en la pobreza en la que vivieron sus padres. Están condenados a ella por no tener la oportunidad de acceder a un estudio técnico o universitario. Según la tesis de grado del año pasado, realizada por María Alejandra, Paula, José y Erick, el 96% de los estudiantes de los colegios públicos de Suba tenía la firme expectativa de ingresar a una universidad. Pero la vida es muy injusta con ellos y la mayoría de los sueños de las nuevas generaciones nunca llegan a realizarse. En estas condiciones, el 90% de los jóvenes no podrá convertir este sueño en una realidad.
Por eso tienen razón los estudiantes universitarios que marchan en las calles: El país tiene que hacer un mayor esfuerzo para garantizar que educarse no sea un privilegio, sino un derecho.
Ustedes y yo tuvimos muchos privilegios en la vida. Tal vez nunca tuvieron hambre. Yo nunca la tuve. Ni un solo día. Tan solo en eso ya estamos mejor que el 43% de la población en Colombia. Casi la mitad de la población no vive con las condiciones mínimas necesarias que exige una alimentación saludable. Ustedes ya completaron sus estudios de secundaria; en Colombia, el 40% de los jóvenes todavía no lo logra. No debería serlo, pero en nuestro país sigue siendo un privilegio culminar el bachillerato.
La lucha de los estudiantes universitarios es para que los privilegios que tuvimos algunos se conviertan en derechos para las mayorías. Es una lucha para fortalecer la educación pública y, de esa manera, ampliar la democracia. Sin duda, es una causa justa y, como todas las causas justas, debe defenderse de manera pacífica: con la fuerza de las ideas, que es el arma más poderosa que tenemos los hombres y los gobiernos para defendernos. Eso lo sabe el país y, por ello, en los dos sondeos que hasta el momento se han realizado al respecto, el 96% de quienes han participado se han declarado a favor de los jóvenes que en las calles exigen fortalecer la inversión en la educación oficial.
Algunos nacemos y vivimos con privilegios. Eso no debe hacernos sentir culpables, pero sí debería ayudarnos a dimensionar todo lo que sufren los otros por alcanzarlos.
Ustedes han vivido en hogares con padres profesionales, con presencia, acompañamiento y mediación. De lo contrario, no habrían llegado a donde han llegado. En buena medida sus triunfos se deben al apoyo, la mediación y la compañía que ellos les han brindado. Llegaron a donde están, en buena parte, por ellos. No reconocerlo sería profundamente injusto. Su esfuerzo, su tiempo casi infinito, su dedicación, su cariño, está detrás de los triunfos que hasta el momento ustedes han logrado.
También han llegado lejos por la educación que recibieron. Mucho más crítica y reflexiva que la que reciben la mayoría de los jóvenes en el país. Tal vez se acostumbraron, pero la educación en Colombia no fortalece ni la autonomía, ni la libertad, ni el pensamiento. Es una conquista que en el Merani hemos logrado, batallando contra mil obstáculos y resistiendo contra un ministerio que nos ha querido encasillar. No es fácil enseñar a pensar, a leer o a escribir de manera crítica, pero creemos haberlo logrado. El currículo y sus profes también están detrás de sus triunfos.
Pero la principal virtud de esta educación que han recibido es que los empodera y que fue pensada para desarrollarlos. Hicimos todo lo posible por impactar sus estructuras profundas para pensar, comunicarse y convivir. Para cambiarlas. De eso se trataba la tesis. Para eso creamos los seminarios. Pensamiento intentó que jugaran y se apropiaran de los procesos; y Autobiografía y Proyecto de Vida fueron creadas para hacer de ustedes mejores seres humanos. Más sensibles, más conscientes y más amorosos. Si lo logramos o no, a partir de ahora solo la vida de ustedes nos dará la respuesta.
Cualquier joven actual sabe más que Aristóteles, pero no por ello piensa mejor. Para pensar se requiere dejarse orientar por preguntas trascendentes y originales. Intentamos generarlas en sus tesis de grado, en metodología y en indagación. Se requiere operar con los conceptos, usarlos para interpretar la realidad material y simbólica. Intentamos ponerlos en juego en las clases de pensamiento y en las asignaturas. Y se requieren muy buenos interlocutores para revisar los pensamientos propios; esto sólo se logra con lecturas profundas, debates constantes, disciplina, esfuerzo, compromiso; y muy especialmente, mediación.
No deben perder de vista que lo que han logrado hasta ahora ha sido altamente mediado. Desde hoy comenzarán a recorrer con menos compañía y con menor mediación el mundo. De eso se trata la educación: de fortalecer la autonomía y el vuelo propio. Hoy es la última vez que se encontrarán todos ustedes presentes como grupo. Lo más probable es que se dispersen por el mundo o que algunos se retiren. Lo cierto es que desde ahora estarán más solos para enfrentar la realidad; recibirán menos consejos de sus padres, menos mediación de sus profes y menos cariño y orientación de sus coordinadores. El nuevo requisito es la vida y la nueva tesis es vivirla. Se acabaron los PAM, los TAD, las excursiones, Sepia, los amores juveniles, los seminarios y las veladas. Ya no los despedirán sus amigos de Proyectivo B, ni volverán los debates organizados por sus profes. Y es precisamente ahora que pondremos a prueba si la educación que recibieron fue tan buena como parece. Si en verdad logramos cambiar sus actitudes y sus estructuras para pensar y comunicarse. Si logramos darles las herramientas para convertir en realidad sus sueños; si ustedes lograron apropiarse de ellas. Si logramos la formación ciudadana y las competencias éticas que se requieren para superar la “cultura del atajo” que hoy domina en nuestro país. Pero nunca olviden: si ustedes fallan, habremos fallado también nosotros. Si ustedes triunfan, también lo haremos nosotros.
Aun así, cuando tengan miedo, no duden en venir. El miedo se vence con los amigos y con afecto. Aquí se los brindaremos. Cuando tengan hambre, saben que pueden almorzar donde Lucho y Gloria, porque donde comen tres, también pueden comer cuatro. Cuando quieran conversar, deben recordar que nos encantará volver a hacerlo con ustedes, para saber cómo van sus vidas, sus sueños, sus metas y sus realidades. Al fin y al cabo, se educa para formar mejores seres humanos. Creemos haberlo logrado, pero si fallamos, vuelvan para decirnos qué hicimos mal y si lo logramos, vuelvan para reconocerlo. Por lo pronto, un abrazo, hasta que nos volvamos a encontrar en la vida.
Singapur, por ejemplo, era una pequeña isla perdida en el sudeste asiático, con un PIB per cápita inferior al que tenía Honduras y Colombia en 1965. Hoy es el país más rico de Asia. ¿Por qué lo logró y nosotros no? Es sencillo: hicieron la tarea que nosotros no hemos podido hacer. Ni Honduras, ni Colombia, ni muchos países más. Ellos invirtieron en ciencia y educación, trabajaron en equipo con esfuerzo y disciplina; respetaron las leyes y transformaron los modelos pedagógicos. Por eso, según el Estudio Internacional de Competencias Ciudadanas de 2016, ellos hoy confían en el 68% de la gente que conocen. Nosotros, tan solo en el 4%. En confianza en los otros, les pregunto a los graduandos: ¿ustedes se parecen más a los estudiantes de Singapur o los demás jóvenes colombianos? Es una pregunta fundamental para ustedes, para sus padres y para nosotros. Ojalá, en la copa de vino, conozcamos algo de la respuesta; porque un país en el que la gente no cree en los otros, no es viable en el tiempo, no sabe trabajar en equipo y no podrá ponerse de acuerdo al construir los proyectos nacionales.
Algo similar están haciendo Finlandia, China, Vietnam, Chile, Polonia y Canadá. La clave es la misma: Construir una educación más pertinente y contextualizada para los jóvenes, la cultura y los tiempos que vivimos. Para lograr este propósito es necesario invertir en ciencia y repensar el sistema educativo. Con el agravante de que, en Colombia, tenemos que empezar por articularlo ya que hasta el momento es totalmente precario, aunque, curiosamente, Rodolfo Llinás insiste en que las graves debilidades de nuestro sistema educativo serán, precisamente, las que nos permitirán transformarlo más fácilmente. Quien quita: tal vez podamos convertir en fortaleza su mayor debilidad.
Una mala educación frustra oportunidades, deteriora la comunicación, empequeñece la democracia y destruye los sueños de toda una generación y de las que descienden de ella. Una mala educación impide el desarrollo, personal, social y sostenible.
Un maestro apasionado, que rete y haga sentir capaces a sus estudiantes, en realidad le cambia la vida a un niño y podría hacerlo a una generación completa. Muchas veces no sabemos del impacto que logramos. El maestro Nicolás Buenaventura, por ejemplo, nunca supo que fue el docente que más me influyó en vida. El miércoles de esta semana cumpliría cien años. En cierta ocasión me encontré con él en Chinauta y lo vi hacer un ejercicio que, para mí, daría en la clave de lo que posteriormente se conocería como el desarrollo del pensamiento. Nicolás contaba una historia a la que intencionalmente había suprimido alguna información esencial para poder comprenderla. La idea era que, mediante preguntas hipotéticas, sus interlocutores pudieran inferir e interpretar la situación de manera completa. Primero generaba la situación aparentemente absurda ante el auditorio, luego lo retaba a descubrirla, a deshilvanar lo incoherente y, como buen maestro, invitaba al público preguntar, a dialogar.
Durante algunos años, mis clases de pensamiento con jóvenes consistían en construir acertijos para favorecer el pensamiento hipotético-deductivo. También puse a todos los profes del Merani a resolverlos y a construirlos en la forma que me había enseñado Nicolás. Él me invitó a jugar con historias en las que se abordaba lo lógicamente posible y no lo real, lo hipotético y no lo concreto. Sin duda, esa es la clave del desarrollo del pensamiento. Él me cambió la vida a mí y es posible que, a través mío, a muchos docentes y jóvenes más. Los buenos maestros trascienden, perduran en el tiempo, cambian sociedades.
Por eso, si tuviéramos buenos gobiernos, harían lo mismo que hacen los buenos maestros: harían lo posible por trascender; y lo que hacen los buenos padres: les dejarían la mejor educación posible a los ciudadanos. Esa sería, tal vez, la tarea más importante de ellos: Garantizar que niños y jóvenes asistan a las mejores escuelas y universidades y que cuenten con los mejores maestros, currículos y ambientes escolares, de manera que los preparen de la mejor manera posible para la vida, la de ellos y la de quienes los acompañan, sus coterráneos.
La buena educación reconstruye los hilos invisibles del tejido social, enseña a pensar, a crear y a convertir los sueños en realidades. Les muestra las debilidades a los estudiantes para que, aprovechando sus fortalezas, puedan superarlas. Es retadora, exigente, amorosa, transformadora, trascendente, problematizadora e integral.
Es una ilusión creer que la educación les concierne solamente a los padres, a los hijos y a las escuelas. La educación es condición del desarrollo de las sociedades modernas. Sin ella se destruye el tejido social, se frena la creatividad y se bloquea la productividad. Con mala educación será imposible llegar a un pacto por la justicia o contra la corrupción; también lo sería fortalecer la productividad e impulsar lo que hoy llaman la economía naranja.
Es triste ver lo poco que ha avanzado Colombia en los últimos treinta años en la calidad de su educación. Como país, permanecemos estancados en comprensión lectora, en argumentación y en convivencia. Los resultados que obtenemos como nación son casi los mismos que alcanzábamos dos décadas atrás. Algo distinto pasa en algunas instituciones que se esfuerzan por seguir avanzando, por hacer cada vez mejor las cosas; por aprehender de nuestros errores en el pasado. Esta promoción de jóvenes alegres y esperanzadores que hoy se gradúa en el Merani, por ejemplo, alcanzó un resultado que es superior al que logramos en el año 2000 en un 42%. Y en dicho año ya habíamos obtenido el mejor puntaje entre todos los colegios de calendario A en las pruebas de Estado. Aun así, no es el resultado más alto que hayamos obtenido. Siempre es posible mejorar. En el fondo, esa es la calidad.
Por eso he acompañado a los estudiantes de las universidades públicas que hoy exigen un mayor presupuesto para sus instituciones. En los últimos 25 años, el Estado le transfirió a cada universidad la misma cantidad de dinero en términos constantes, pero ellas tienen hoy cuatro veces más estudiantes, gastan más en sus profes, porque cuentan con más títulos y publicaciones y tienen diez veces más estudiantes en maestrías y doctorados, que cuestan a sus universidades varias veces lo que vale un estudiante de pregrado. Debido a lo anterior, hoy el Estado colombiano les transfiere la mitad de los recursos por cada estudiante. Es difícil mantener la calidad así, pero lo han logrado con enorme esfuerzo. Han hecho muy bien la tarea, con las uñas. Mienten los medios cuando dicen que las universidades oficiales son malas y costosas. En realidad, siguen siendo las mejores universidades del país. Las que más valor agregan. En el fondo, de eso se trata la educación: de agregar valor, de transformar las vidas de sus estudiantes.
En Colombia, cada año se gradúan 540.000 jóvenes. La mitad de ellos no pueden continuar ningún estudio en la educación superior. No ingresan ni al SENA ni a ninguna universidad. Se dedican a trabajar o a buscar trabajo, ya que, no debería pasar, pero pasa: estudiar está por encima de sus posibilidades. El caso más grave es el de los jóvenes de estrato uno. El 90% no ingresará nunca a la educación superior. No conocerán en su vida un aula o un profesor universitario. Lo más triste de todo: permanecerán en la pobreza en la que vivieron sus padres. Están condenados a ella por no tener la oportunidad de acceder a un estudio técnico o universitario. Según la tesis de grado del año pasado, realizada por María Alejandra, Paula, José y Erick, el 96% de los estudiantes de los colegios públicos de Suba tenía la firme expectativa de ingresar a una universidad. Pero la vida es muy injusta con ellos y la mayoría de los sueños de las nuevas generaciones nunca llegan a realizarse. En estas condiciones, el 90% de los jóvenes no podrá convertir este sueño en una realidad.
Por eso tienen razón los estudiantes universitarios que marchan en las calles: El país tiene que hacer un mayor esfuerzo para garantizar que educarse no sea un privilegio, sino un derecho.
Ustedes y yo tuvimos muchos privilegios en la vida. Tal vez nunca tuvieron hambre. Yo nunca la tuve. Ni un solo día. Tan solo en eso ya estamos mejor que el 43% de la población en Colombia. Casi la mitad de la población no vive con las condiciones mínimas necesarias que exige una alimentación saludable. Ustedes ya completaron sus estudios de secundaria; en Colombia, el 40% de los jóvenes todavía no lo logra. No debería serlo, pero en nuestro país sigue siendo un privilegio culminar el bachillerato.
La lucha de los estudiantes universitarios es para que los privilegios que tuvimos algunos se conviertan en derechos para las mayorías. Es una lucha para fortalecer la educación pública y, de esa manera, ampliar la democracia. Sin duda, es una causa justa y, como todas las causas justas, debe defenderse de manera pacífica: con la fuerza de las ideas, que es el arma más poderosa que tenemos los hombres y los gobiernos para defendernos. Eso lo sabe el país y, por ello, en los dos sondeos que hasta el momento se han realizado al respecto, el 96% de quienes han participado se han declarado a favor de los jóvenes que en las calles exigen fortalecer la inversión en la educación oficial.
Algunos nacemos y vivimos con privilegios. Eso no debe hacernos sentir culpables, pero sí debería ayudarnos a dimensionar todo lo que sufren los otros por alcanzarlos.
Ustedes han vivido en hogares con padres profesionales, con presencia, acompañamiento y mediación. De lo contrario, no habrían llegado a donde han llegado. En buena medida sus triunfos se deben al apoyo, la mediación y la compañía que ellos les han brindado. Llegaron a donde están, en buena parte, por ellos. No reconocerlo sería profundamente injusto. Su esfuerzo, su tiempo casi infinito, su dedicación, su cariño, está detrás de los triunfos que hasta el momento ustedes han logrado.
También han llegado lejos por la educación que recibieron. Mucho más crítica y reflexiva que la que reciben la mayoría de los jóvenes en el país. Tal vez se acostumbraron, pero la educación en Colombia no fortalece ni la autonomía, ni la libertad, ni el pensamiento. Es una conquista que en el Merani hemos logrado, batallando contra mil obstáculos y resistiendo contra un ministerio que nos ha querido encasillar. No es fácil enseñar a pensar, a leer o a escribir de manera crítica, pero creemos haberlo logrado. El currículo y sus profes también están detrás de sus triunfos.
Pero la principal virtud de esta educación que han recibido es que los empodera y que fue pensada para desarrollarlos. Hicimos todo lo posible por impactar sus estructuras profundas para pensar, comunicarse y convivir. Para cambiarlas. De eso se trataba la tesis. Para eso creamos los seminarios. Pensamiento intentó que jugaran y se apropiaran de los procesos; y Autobiografía y Proyecto de Vida fueron creadas para hacer de ustedes mejores seres humanos. Más sensibles, más conscientes y más amorosos. Si lo logramos o no, a partir de ahora solo la vida de ustedes nos dará la respuesta.
Cualquier joven actual sabe más que Aristóteles, pero no por ello piensa mejor. Para pensar se requiere dejarse orientar por preguntas trascendentes y originales. Intentamos generarlas en sus tesis de grado, en metodología y en indagación. Se requiere operar con los conceptos, usarlos para interpretar la realidad material y simbólica. Intentamos ponerlos en juego en las clases de pensamiento y en las asignaturas. Y se requieren muy buenos interlocutores para revisar los pensamientos propios; esto sólo se logra con lecturas profundas, debates constantes, disciplina, esfuerzo, compromiso; y muy especialmente, mediación.
No deben perder de vista que lo que han logrado hasta ahora ha sido altamente mediado. Desde hoy comenzarán a recorrer con menos compañía y con menor mediación el mundo. De eso se trata la educación: de fortalecer la autonomía y el vuelo propio. Hoy es la última vez que se encontrarán todos ustedes presentes como grupo. Lo más probable es que se dispersen por el mundo o que algunos se retiren. Lo cierto es que desde ahora estarán más solos para enfrentar la realidad; recibirán menos consejos de sus padres, menos mediación de sus profes y menos cariño y orientación de sus coordinadores. El nuevo requisito es la vida y la nueva tesis es vivirla. Se acabaron los PAM, los TAD, las excursiones, Sepia, los amores juveniles, los seminarios y las veladas. Ya no los despedirán sus amigos de Proyectivo B, ni volverán los debates organizados por sus profes. Y es precisamente ahora que pondremos a prueba si la educación que recibieron fue tan buena como parece. Si en verdad logramos cambiar sus actitudes y sus estructuras para pensar y comunicarse. Si logramos darles las herramientas para convertir en realidad sus sueños; si ustedes lograron apropiarse de ellas. Si logramos la formación ciudadana y las competencias éticas que se requieren para superar la “cultura del atajo” que hoy domina en nuestro país. Pero nunca olviden: si ustedes fallan, habremos fallado también nosotros. Si ustedes triunfan, también lo haremos nosotros.
Aun así, cuando tengan miedo, no duden en venir. El miedo se vence con los amigos y con afecto. Aquí se los brindaremos. Cuando tengan hambre, saben que pueden almorzar donde Lucho y Gloria, porque donde comen tres, también pueden comer cuatro. Cuando quieran conversar, deben recordar que nos encantará volver a hacerlo con ustedes, para saber cómo van sus vidas, sus sueños, sus metas y sus realidades. Al fin y al cabo, se educa para formar mejores seres humanos. Creemos haberlo logrado, pero si fallamos, vuelvan para decirnos qué hicimos mal y si lo logramos, vuelvan para reconocerlo. Por lo pronto, un abrazo, hasta que nos volvamos a encontrar en la vida.