La riqueza de los sueños
A propósito de los 30 años del Instituto Alberto Merani
Gerardo Andrade - Cofundador
Que un conjunto de maestros e investigadores se unieran para fundar el Instituto Alberto Merani, con argumentos contundentes sobre la realidad educativa del país y sus posibles soluciones, es algo que está escrito y ha sido repetido una y otra vez. Es parte de nuestra historia y, por supuesto, muy importante.
El contexto también ha sido descrito en varios documentos. Muchos educadores se juntaron en aquel tiempo para iniciar nuevos proyectos, pues todavía vibraban todos con las grandes discusiones y propuestas que se gestaron en el Movimiento Pedagógico, impulsado por los maestros a través de la Federación Colombiana de Educadores (FECODE).
Quiero aportar, en esta breve reflexión, algunos elementos que suelen pasarse por alto cuando se producen generalizaciones o reducciones, con un único propósito: llamar la atención sobre el hecho de que las creaciones y soluciones más duraderas y trascendentes nacen de la riqueza, su reconocimiento y su aprovechamiento. Sobre todo, porque como dice el Zorro, sabio personaje de El Principito: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos”. Y quiero creer que lo esencial es nuestra riqueza.
Sin duda, los años setenta y ochenta fueron la primavera de la educación en Colombia. Nuevas generaciones de maestros e investigadores coincidieron con líderes sindicales, en principio, para afrontar las medidas del Ministerio De Educación Nacional y luego, para debatir nuevas tesis sobre la educación y la pedagogía. Entre esos jardineros, a quienes no hemos terminado de reconocer, se encontraban Carlo Federici, Antanas Mockus, Abel Rodríguez, Olga Lucía Zuluaga, Alberto Martínez B., Alberto Echeverry. Humberto Quiceno, Javier Sáenz, Carlos A. Hernández, Jorge Charum, José Granés y Mario Díaz, entre muchos otros.
Toda la riqueza humana que reveló y multiplicó el Movimiento Pedagógico constituye el patrimonio más importante con el que contaron las innovaciones que no tardaron en nacer por aquel entonces. A pesar de la precariedad de recursos, los grandes pedagogos, psicólogos, sociólogos y antropólogos que habían revolucionado la comprensión de la educación en el mundo quedaron al alcance de los maestros y maestras gracias a la enorme movilización que se produjo y dio como fruto investigaciones que develaban el grueso velo que había cubierto nuestra realidad educativa.
Las innovaciones se sembraron, así, en un terreno fértil; sus cimientos se plantaron sobre esa riqueza humana que muchas veces es tan difícil de reconocer. No brotaron en ese terreno que se vuelve fangoso por la mezcla de lamentos, denuncias y reclamos, sino sobre la tierra firme que le dieron las reflexiones, ideas y debates de un conjunto social que logró convertir la educación en un asunto de todos.
La creación de la Fundación Alberto Merani para el Desarrollo de la Inteligencia (FAMDI) – que muy pronto daría nacimiento al Instituto Alberto Merani– se inscribe dentro de ese marco vital. Miguel y Julián De Zubiría, líderes del proyecto, habían estado muy cerca del Movimiento Pedagógico. Su libro Fundamentos de Pedagogía Conceptual, publicado en 1987 por Editorial Presencia, fue parte importante del universo de ideas y debates que se creó y que aún sirve de amparo a muchas iniciativas. En pocas palabras, esta propuesta, centrada en un primer momento en la concepción de unas ciencias sociales para pensar, trascendió la pregunta cómo enseñar y dio respuesta a las preguntas para qué enseñar y qué enseñar. Sus inspiradores más importantes en aquel tiempo fueron Jean Piaget y Alberto Merani.
Lo que siguió es también historia conocida. Lo que me pregunto es por qué sobrevivió el proyecto, para lo cual también se pueden encontrar respuestas. Por ejemplo, según investigaciones del Convenio Andrés Bello, sólo unas pocas innovaciones iniciadas al soplo del espíritu de la época habían incluido la investigación de sus propias prácticas en sus procesos. En consecuencia, las que no lo hicieron no tuvieron a su alcance las herramientas necesarias para evaluar a tiempo y enderezar su rumbo.
Muchas naves se perdieron en el mar tormentoso de la cotidiana lucha por no naufragar. Peor aún, algunas terminaron por seguir la estela de la educación que buscaban desmontar. ¿Cómo sobrevivieron algunas? ¿Cómo sobrevivió el Instituto Alberto Merani? La explicación que tengo es que, finalmente, lo que teníamos todos en común en el momento de la fundación del Instituto era nuestro sueño de un futuro mejor y una vida más humana. Esa es nuestra mayor riqueza. Gracias a la persistencia de ese sueño es que, durante estos treinta años, el Instituto ha honrado a aquella generación que protagonizó el Movimiento Pedagógico, especialmente porque ha cuidado y enriquecido el patrimonio que de ellos heredamos todos, para legarlo a las próximas generaciones.
Bogotá, 1 de noviembre de 2018
El contexto también ha sido descrito en varios documentos. Muchos educadores se juntaron en aquel tiempo para iniciar nuevos proyectos, pues todavía vibraban todos con las grandes discusiones y propuestas que se gestaron en el Movimiento Pedagógico, impulsado por los maestros a través de la Federación Colombiana de Educadores (FECODE).
Quiero aportar, en esta breve reflexión, algunos elementos que suelen pasarse por alto cuando se producen generalizaciones o reducciones, con un único propósito: llamar la atención sobre el hecho de que las creaciones y soluciones más duraderas y trascendentes nacen de la riqueza, su reconocimiento y su aprovechamiento. Sobre todo, porque como dice el Zorro, sabio personaje de El Principito: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos”. Y quiero creer que lo esencial es nuestra riqueza.
Sin duda, los años setenta y ochenta fueron la primavera de la educación en Colombia. Nuevas generaciones de maestros e investigadores coincidieron con líderes sindicales, en principio, para afrontar las medidas del Ministerio De Educación Nacional y luego, para debatir nuevas tesis sobre la educación y la pedagogía. Entre esos jardineros, a quienes no hemos terminado de reconocer, se encontraban Carlo Federici, Antanas Mockus, Abel Rodríguez, Olga Lucía Zuluaga, Alberto Martínez B., Alberto Echeverry. Humberto Quiceno, Javier Sáenz, Carlos A. Hernández, Jorge Charum, José Granés y Mario Díaz, entre muchos otros.
Toda la riqueza humana que reveló y multiplicó el Movimiento Pedagógico constituye el patrimonio más importante con el que contaron las innovaciones que no tardaron en nacer por aquel entonces. A pesar de la precariedad de recursos, los grandes pedagogos, psicólogos, sociólogos y antropólogos que habían revolucionado la comprensión de la educación en el mundo quedaron al alcance de los maestros y maestras gracias a la enorme movilización que se produjo y dio como fruto investigaciones que develaban el grueso velo que había cubierto nuestra realidad educativa.
Las innovaciones se sembraron, así, en un terreno fértil; sus cimientos se plantaron sobre esa riqueza humana que muchas veces es tan difícil de reconocer. No brotaron en ese terreno que se vuelve fangoso por la mezcla de lamentos, denuncias y reclamos, sino sobre la tierra firme que le dieron las reflexiones, ideas y debates de un conjunto social que logró convertir la educación en un asunto de todos.
La creación de la Fundación Alberto Merani para el Desarrollo de la Inteligencia (FAMDI) – que muy pronto daría nacimiento al Instituto Alberto Merani– se inscribe dentro de ese marco vital. Miguel y Julián De Zubiría, líderes del proyecto, habían estado muy cerca del Movimiento Pedagógico. Su libro Fundamentos de Pedagogía Conceptual, publicado en 1987 por Editorial Presencia, fue parte importante del universo de ideas y debates que se creó y que aún sirve de amparo a muchas iniciativas. En pocas palabras, esta propuesta, centrada en un primer momento en la concepción de unas ciencias sociales para pensar, trascendió la pregunta cómo enseñar y dio respuesta a las preguntas para qué enseñar y qué enseñar. Sus inspiradores más importantes en aquel tiempo fueron Jean Piaget y Alberto Merani.
Lo que siguió es también historia conocida. Lo que me pregunto es por qué sobrevivió el proyecto, para lo cual también se pueden encontrar respuestas. Por ejemplo, según investigaciones del Convenio Andrés Bello, sólo unas pocas innovaciones iniciadas al soplo del espíritu de la época habían incluido la investigación de sus propias prácticas en sus procesos. En consecuencia, las que no lo hicieron no tuvieron a su alcance las herramientas necesarias para evaluar a tiempo y enderezar su rumbo.
Muchas naves se perdieron en el mar tormentoso de la cotidiana lucha por no naufragar. Peor aún, algunas terminaron por seguir la estela de la educación que buscaban desmontar. ¿Cómo sobrevivieron algunas? ¿Cómo sobrevivió el Instituto Alberto Merani? La explicación que tengo es que, finalmente, lo que teníamos todos en común en el momento de la fundación del Instituto era nuestro sueño de un futuro mejor y una vida más humana. Esa es nuestra mayor riqueza. Gracias a la persistencia de ese sueño es que, durante estos treinta años, el Instituto ha honrado a aquella generación que protagonizó el Movimiento Pedagógico, especialmente porque ha cuidado y enriquecido el patrimonio que de ellos heredamos todos, para legarlo a las próximas generaciones.
Bogotá, 1 de noviembre de 2018