El grupo de danza del IAM participó, de la mano de la profesora Paloma Sanjuán, en el encuentro de ASOCOLDEP que se llevó a cabo en octubre, con tres presentaciones de danza contemporánea y una de salsa. El grupo de danza, conformado por las Aulas de Conceptual, Contextual y Proyectivo, constituye un auténtico semillero de talentos meranistas, cuyo trabajo rindió dulces frutos luego de incansables horas de trabajo.
La danza, un camino
Por: Paloma Sanjuán - (Coordinadora Área de Educación Física)
A diario pasan por mi mente las experiencias escolares que tuve del año 2001 al 2004. En este periodo culminé los últimos cursos del bachillerato y ellos generaron en mí la marca definitiva de lo que soy hoy en día. Estudié en un colegio con elevado énfasis artístico y deportivo, pero cuya fortaleza más evidente era la danza. Teníamos profesores grandiosos que depositaban en nosotros todo su esfuerzo para cultivar el espíritu de esta manifestación artística. Además del rigor y los interminables tecnicismos corporales -estiramientos, coordinación, saltos, giros y más estiramientos-, no había nada que nos atrapara más que bailar, pues con la danza podíamos alcanzar la tan nombrada expresión corporal.
Recuerdo de niña sentirme atrapada en mi cuerpo, un cuerpo desconocido, que no encontraba espacios para sacar lo que llevaba dentro; recuerdo de adolescente estar aún más atrapada hasta el punto del ahogo. La danza se convirtió en un vehículo de conocimiento, de convivencia, de armonía, de catarsis y de estetización del cuerpo que me generaba tantas preguntas. Encontré en la danza identidad, razón de ser y sentido de vida. Al poco tiempo de salir del colegio empecé a trabajar como profesora de danza. Esto no fue nunca una imposición, sino una convicción. Quería con todas mis fuerzas ayudar a las personas a armonizar con su cuerpo, a interpretar lo que sienten y mediar vehículos de lenguaje diversos desde los que pudieran comunicarse.
Llevo catorce años de mi vida siendo profesora de danza, pero sin lugar a duda los más significativos han sido los últimos ocho que he podido ejercer en el Instituto Alberto Merani. El rico mundo interior de los estudiantes de aquí, la empatía que no sólo se despierta en el hablar de sí mismos, sino el poder con sinceridad ponerse en el lugar de otros, me ha hecho madurar la visión de la danza y su propósito formativo. Con los estudiantes del Merani hemos podido construir una danza consciente y dispuesta a comunicar contenidos de trascendencia. Nos formamos bailando, pero siempre con el objetivo de construir cuerpo que piensa, que siente y que actúa con otros.
No hay un solo día en que despierte sin pensar en los estudiantes de aquí, sin motivarme con lo que estamos creando, sin sentirme conmovida hasta el alma de verlos bailar y ser ellos. Hay algunos con los que hacemos encuentros en los descansos y en las tardes, pues queremos seguir profundizando para sacar adelante el proyecto de la danza en nuestras vidas. Si no fuera por los límites de tiempo nos dedicaríamos a bailar sin reparo en espacios más largos. Ya he olvidado la cantidad de veces en que a los niños y a mí se nos hace sorprendente cómo una clase de tres horas acaba en un santiamén y nos despedimos queriendo más, cansados, pero queriendo bailar más y crear nuevas ideas corporales.
Hay algunos estudiantes de los que debo despedirme, así como todos los años, pues ya van para la universidad. Uno de ellos estudiará danza y comprendo por qué. Clarita: libertad, responsabilidad y compromiso con la transparencia que requiere la comunicación corporal. Mi corazón contigo y con todos. Por la danza, la vida y el cuerpo.
Recuerdo de niña sentirme atrapada en mi cuerpo, un cuerpo desconocido, que no encontraba espacios para sacar lo que llevaba dentro; recuerdo de adolescente estar aún más atrapada hasta el punto del ahogo. La danza se convirtió en un vehículo de conocimiento, de convivencia, de armonía, de catarsis y de estetización del cuerpo que me generaba tantas preguntas. Encontré en la danza identidad, razón de ser y sentido de vida. Al poco tiempo de salir del colegio empecé a trabajar como profesora de danza. Esto no fue nunca una imposición, sino una convicción. Quería con todas mis fuerzas ayudar a las personas a armonizar con su cuerpo, a interpretar lo que sienten y mediar vehículos de lenguaje diversos desde los que pudieran comunicarse.
Llevo catorce años de mi vida siendo profesora de danza, pero sin lugar a duda los más significativos han sido los últimos ocho que he podido ejercer en el Instituto Alberto Merani. El rico mundo interior de los estudiantes de aquí, la empatía que no sólo se despierta en el hablar de sí mismos, sino el poder con sinceridad ponerse en el lugar de otros, me ha hecho madurar la visión de la danza y su propósito formativo. Con los estudiantes del Merani hemos podido construir una danza consciente y dispuesta a comunicar contenidos de trascendencia. Nos formamos bailando, pero siempre con el objetivo de construir cuerpo que piensa, que siente y que actúa con otros.
No hay un solo día en que despierte sin pensar en los estudiantes de aquí, sin motivarme con lo que estamos creando, sin sentirme conmovida hasta el alma de verlos bailar y ser ellos. Hay algunos con los que hacemos encuentros en los descansos y en las tardes, pues queremos seguir profundizando para sacar adelante el proyecto de la danza en nuestras vidas. Si no fuera por los límites de tiempo nos dedicaríamos a bailar sin reparo en espacios más largos. Ya he olvidado la cantidad de veces en que a los niños y a mí se nos hace sorprendente cómo una clase de tres horas acaba en un santiamén y nos despedimos queriendo más, cansados, pero queriendo bailar más y crear nuevas ideas corporales.
Hay algunos estudiantes de los que debo despedirme, así como todos los años, pues ya van para la universidad. Uno de ellos estudiará danza y comprendo por qué. Clarita: libertad, responsabilidad y compromiso con la transparencia que requiere la comunicación corporal. Mi corazón contigo y con todos. Por la danza, la vida y el cuerpo.