La danza de las máscaras

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En el pasado, la humanidad consistía en pueblos. Simples y sencillos pueblos. Cada pueblo tenía su territorio, sus casas y sus emblemas. Sin embargo, ningún pueblo podía vivir aislado de los demás. Todos los pueblos se apoyaban entre ellos y cada uno tenía sus responsabilidades para con los demás. Por lo tanto, cada pueblo tenía una función según su fortaleza. Existía un pueblo encargado de administrar el agua a los demás. Había pueblos encargados de la agricultura y otros de la ganadería. Pero…que sería de la humanidad sin alguien a quien adorar?

Asi mismo como los pueblos de la comida y el agua, las pieles y la madera eran indispensables para toda la comunidad junta, los dioses también lo eran. Y por eso, existía un pueblo especial, encargado de crear deidades a quienes adorar. Para crear a los dioses, debía haber algunas condiciones. La primera era que debía haber un sacrificio humano por cada Dios que se creara. La segunda, solo se podía hacer en un templo sagrado y especial. La tercera regla era que todo el pueblo debía reunirse y bailar alrededor del templo. Toda la ceremonia se titulaba, ¨La Danza de las Mascaras¨.

Si un pueblo quería que se creara un Dios específico, entonces ese pueblo debía ¨regalar un tributo¨ al pueblo que creaba los dioses. En este caso, el tributo era para la persona a quién se iba a sacrificar. Los pueblos del agua, la agricultura y los fabricadores de telas y pieles, ya habían dado sus tributos por lo que había un Dios del agua, una Diosa de la tierra y un Dios con forma de distintos animales.

Un día, al pueblo que creaba los dioses, se le ocurrió la idea de hacer una Diosa de la vida y así mismo un Dios de la muerte. Debido a que la idea era suya, los otros pueblos no iban a darles tributos esta vez. En estos casos, el pueblo de los dioses debía tomar a los tributos de sus habitantes. Era obvio que no había nada de justo en tomar ciudadanos inocentes para su sacrificio. Esto significa que los tributos eran ladrones, asesinos y mujeres rebeldes.

La chica era alta, pero estaba muy delgada. Tenía el pelo blanco como la nieve, tan largo que se enredaba en sus rodillas y tan frágil como la porcelana. Sus ojos eran dos esmeraldas en un mar de diamantes, acuosos y confundidos. Su cara expresaba el miedo a morir. Le había suplicado a su pueblo que la dejaran en paz pero estuvieron de acuerdo en que las mujeres acusadas de brujería no tenían el derecho a la vida.

Su compañero, por otro lado, no tenía miedo. Era como el fuego en la noche, con el pelo tan rojo como la sangre y los ojos tan negros como el carbón. Tenía una mirada penetrante y siempre atenta. Sus manos eran largas y agiles pero lo que más impactaba a todos era, sin duda, su sonrisa. Una sonrisa llena de misterio y diversión.

Una vez organizado tanto ¨La Danza de las Mascaras¨ como las mascaras, subieron a los jóvenes a un templo. A la chica, que iba a representar a la diosa de la vida, le colocaron una máscara de color blanco, como su cabello. Al chico, quien representaba la muerte, le colocaron la máscara de color negro, como sus ojos. Desde abajo, el pueblo observaba, bailaba y gritaba. Desde esa perspectiva, era casi inimaginable que dos almas tan jóvenes y tan frágiles fueran a morir a cambio de dioses irreales. Pero ya no importaba, las brujas y los asesinos no merecían vivir.

Se hizo el silencio. Primero fue Kazara, miró al cielo cuando le cortaron la cabeza. Viajó sin rumbo entre mundo y mundo. Pasaron unos minutos, pero para ella fueron años. Cuando terminó su viaje por las estrellas, era toda una diosa, fantasma, parada sobre su cuerpo muerto. Vio como la echaban al río y como todos aplaudían. Se quedó parada, muy quieta, esperando a alguien más. Pero, a quién?, ¨si yo soy una diosa de la vida ahora entonces debe existir… la muerte¨- pensó. Esperó pacientemente a que llegara su compañero. De Max solo podemos decir que no dejó de sonreír hasta que ya no tuvo la cabeza pegada al cuerpo.

Y así fue como se crearon la vida y la muerte. Pero, con el tiempo las personas empezaron a creer que la vida y la muerte eran cosas de la naturaleza y olvidaron realmente de donde habían venido. Mientras tanto, la vida hacía su trabajo de hacer nacer y también crecer a los seres que habitaban en la tierra. La muerte por otro lado, todo lo hacía morir, todo lo secaba y todo se lo llevaba a su paso. Tanto la vida como la muerte eran muy ocupados y eran contrarios, pero, con el tiempo se enamoraron. Cuando estaban juntos creaban algo nuevo, la enfermedad. Así, la persona no estaba muerta pero tampoco estaba plenamente viva.

Pasaron los siglos y las personas hablaban mal de la muerte. El se sentía mal porque realmente no era su culpa, era su trabajo.

Un día la muerte le preguntó a la vida: Porque a mi todos me odian y a ti todos te aman?

Y la vida le dijo: Porque soy una bella mentira y tú una triste realidad.

Ana Sofía Torres Bello.
Proyectivo A 2024



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