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ESCRITURA CREATIVA IAM


Y el Mánchumush despertó de su visión, olvidando instantáneamente lo que había visto.

El hambre, como siempre, recorría su cuerpo, y sin embargo su nariz no se percataba de ningún olor al que perseguir.
Alzando con pereza su pesado cuerpo se levanta, y poniendo lenta pero decisivamente una pierna frente a la otra lleva su presencia al bosque.

Una madre camina con sus dos hijos directo a casa.
Van por el sendero que atraviesa el bosque y la madre toma con firmeza las manos de sus críos con ánimo de no perderlos de vista.
Casi como amarrados a ella, la madre se asegura de que ninguno salga del sendero.

La noche anterior, al cerrar los ojos junto a las estrellas, vio a un espíritu ser brutalmente devorado por un Mánchumush en ese mismo bosque. Esa mañana la madre, desconocedora de cualquier otro camino a su hogar, decidió sin opciones cruzar el sendero precavidamente, tratando de ceder en lo que más fuese posible a la advertencia del espíritu.

Siendo una de las pocas habilidades que tiene, el Mánchumush sigue caminando por el bosque en busca de algún alimento.
Como una piedra, su aura es pesada, y sus pasos lentos y grandes chocan contra el piso de la manera en la que chocan los restos de sus víctimas contra la tierra cuando ya ha tenido suficiente.
El Mánchumush no había comido en días y sintió con desesperación el olor de la vida en bruto llegar a su nariz.
Ve desde lo lejos a una mujer junto a dos pequeños niños y, sin acelerar el paso, lentamente se acercó a ellos.
La desesperación que le provocaba el hambre le aturdía la cabeza, pero era su cuerpo incapaz de moverse con agilidad, a cada paso podía sentir en su ser la factura que le pasaban los días sin comer.

Estando la mujer y sus hijos a mitad del sendero pudieron sentir el piso temblar con los pasos del Mánchumush y, sin verlo, decidieron seguir caminando, ignorando lo que se acercaba a ellos.
Cada vez más cerca, el Mánchumush ya podía sentir el sabor de la carne cruda en la boca. Se imaginaba la manera en la que sorber las venas de la mujer transformaba su sangre en la suya, sintiéndola morir dentro de él y saciando su hambre después de mucho tiempo.

La madre siente las pisadas que la persiguen a ella y a sus hijos, y como si su desobediencia a la advertencia del espíritu estuviera destinada a pasar, acepta la situación lentamente.
–“Te amo” –susurra la madre al oído de sus dos hijos, lista para enfrentarse a las mordidas de aquel gigante vagabundo.

Tan solo unos metros detrás de los humanos, el Mánchumush vio cómo estos se detenían abruptamente.
Siguió avanzando hacia ellos, sin dudas, sin miedo, sin pernsarlo realmente.
Ahora directamente detrás de ellos, el Mánchumush arrebata de los brazos de la mujer a uno de sus hijos, para después embutir su pequeño cuerpo entre su boca.
Era ese el momento con el que había soñado por mucho tiempo, y la confusión lo golpeó tan pronto como no pudo sentir ningún sabor salir del cuerpo del pequeño.
En un abrir y cerrar de ojos, el Mánchucmush ya había devorado al otro niño, y con rabia miró a la mujer al sentir el mismo sabor insípido con el segundo bocado.
La madre, que yacía arrodillada en el suelo, echó a llorar, y aún de espaldas al Mánchumush dejó que este la tomara por la espalda y alzara su cuerpo en el aire.
Mirándola a los ojos el Mánchumush pudo ver esa clásica expresión de dolor que solía ver siempre en mujeres como ella, que solían estar acompañadas tontamente de sus hijos a mitad de un sendero como aquel, pensando que tal vez podrían escapar y dejarlo sin merienda un día más.

Durante unos pocos segundos que parecieron eternos, el Mánchumush siguió mirando a la mujer, que con la mirada le rogaba que la devorara de una vez, que sin ataduras terminara con su sufrimiento.
Antes de que ella pudiera sentir realmente las últimas bocanadas de aire pasar por sus pulmones, fue devorada, muriendo lentamente dentro del Mánchumush como un pedazo de carne y no como una madre.

Econtrándose de nuevo con un sabor inexistente, el Mánchumsuh se tumbó en el suelo aún con el estómago vacío, preguntándose cuándo volvería a comer realmente.
Cerró los ojos por un instante y pudo ver los espíritus que lo rodeaban, pudo ver la manera en la que se burlaban de él, que sin saber si vivo o muerto había imaginado que comía a una mujer y a sus hijos, soñando con un sabor crudo que nunca llegó a su boca.

Los espíritus entre risas cargaban entre ellos el odio que los humanos habían guardado durante años hacia él y los de su especie, y el Mánchumush pudo sentir lentamente cómo estaba siendo olvidado por los humanos, así como también estos se olvidaban del sendero que cruzaba por el bosque.

Y el Mánchumush despertó de su visión, olvidando instantáneamente lo que había visto.
El hambre, como siempre, recorría su cuerpo, y sin embargo su nariz no se percataba de ningún olor al que perseguir.