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ESCRITURA CREATIVA IAM



Sonó la alarma a las siete de la mañana como todos los días. Se levantó y preparó su café con amaretto de todas las mañanas. Tomó el periódico que se encontraba en la puerta de su casa, y se sentó en el sofá a mirar por la ventana. Después de jubilarse, Rafael había tomado la costumbre de observar a sus vecinos y a la gente que solía pasar frente a su casa.

Cinco minutos después de empezar a leer la sección de deportes del periódico, la chica de la tercera casa pasó con su perro. Solía demorarse media hora en el parque y volvía a paso apresurado. Todos los días se le hacía tarde para ir el colegio. Salía de nuevo a los minutos y corría hasta su ruta. Rafael se preguntaba qué podría hacer la chica en el parque cada mañana. Solía demorarse mucho para solo pasear a su perro. De pronto se sentaba en una silla a leer, o se distraía con el teléfono y no se percataba de la hora, o simplemente su perro se demoraba en hacer de las suyas. Y a pesar de que se solía preguntar eso cada día, nunca se había interesado en buscar una respuesta, se conformaba con crear diversos escenarios con cada una de sus hipótesis.

Al mismo tiempo que la chica se subía la ruta, a dos casas de Rafael salía una señora en pijama a recibir los rayos del sol que daban directo en su puerta. Cuando la luz llegaba hasta las rosas que tenía en su ventana, les empezaba a hablar y a regarlas. Las miraba con adoración. Tomaba un largo respiro y entraba a la casa. ¿Por qué amaba tanto sus rosas? ¿Por qué rosas y no amapolas o lirios? Rafael se cuestionaba constantemente sobre la relación de aquella mujer con sus flores. No la entendía. Tal vez tenía que ver con una historia profunda con trasfondo doloroso, como la muerte de un pariente o un trauma de infancia. Aunque lo más probable era que no tuviera ninguna explicación especial y solo le gustaran las rosas. Sin embargo, a Rafael no le llamaba la atención conocer la verdadera razón. Prefería quedarse con sus pensamientos que a lo mejor no eran ciertos, pero eran una manera entretenida de matar el tiempo.

Rafael tomó el último sorbo de café y miró el reloj que marcaba las 7:50 de la mañana por la ventana a la casa de enfrente esperando a que John, su amigo de infancia, saliera al trabajo. Pero no pasó. Frunció el ceño y volteó hacía el reloj: 7:57. Decidió esperar a que saliera y tocara la ventana saludándolo como todos los días.

Terminó su periódico y se preparó otro café volviéndose a sentar en el sofá. Al mirar la hora empezó a preocuparse. John no salía y cada vez se hacía más tarde.

Una sensación de intranquilidad lo llenó. Su mente empezó a divagar en lo que pudo haberle pasado a su mejor amigo.

Se encontraba nadando en sus pensamientos, hasta que el teléfono timbró. Contestó la llamada con la esperanza de que fuera su amigo, pero quedó congelado al escuchar las palabras al otro lado de la línea. Como si le acabaran de tirar un balde de agua helada encima, Rafael quedó sin palabras. La llamada era del hospital. John había muerto.

Luego la noticia, Rafael trató de pensar en lo que pudieron ser las últimas horas de vida de su amigo.

La noche anterior, John y Rafael habían salido por unos tragos para celebrar que John había logrado escapar del cáncer mortal que trataba de llevarlo. Como suele ser cuando se disfruta el momento, las horas pasaron más rápido de lo deseado. Cuando quisieron volver a sus casas ya era pasada la medianoche y habían tomado de más. Rafael era el más despierto de los dos y le ofreció a su amigo llevarlo a su casa. John se negó con la excusa de que tenía algo que hacer. Rafael, dudoso, se marchó.

John, por su lado, tomó la dirección contraria. Entró en carretera, subió el volumen de la radio y pisó el acelerador. Se dirigía al cementerio.

Iba a dejarle flores a su esposa Aliyana. Ella había muerto tres años antes en un accidente aéreo. Meses después de que muriera, a John le dieron la noticia de que tenía cáncer avanzado y que no tenía muchas esperanzas de vida. Cuando se casó con Aliyana se prometieron mutuamente que, si el otro moría, vivirían por los dos para poder contarse sus historias y aventuras cuando se volvieran a encontrar. Tan pronto le dieron la noticia de que podría cumplir su promesa porque había vencido la enfermedad, decidió ir al cementerio a contarle a Aliyana.

Por estar metido en su alegría y algo pasado de copas, no se fijó en el hueco que estaba en el camino y pinchó la llanta del carro. Perdió el control y empezó a girar por la carretera. Para su mala suerte, acababan de empezar un nuevo proyecto en la calle y había un gran espacio que daba al vacío. El carro cayó, y a pesar de que pudo escapar del vehículo eso no lo salvó. Una persona que de casualidad pasaba lo vio y al notar sus heridas lo llevó al hospital con apuro. Ahí trataron de salvarlo, pero a pesar de sus intentos de reanimarlo, su corazón dejó de latir.

Sonaron las campanas de la puerta de John sacando a Rafael de sus pensamientos. John salió a paso rápido saludando con la mano a Rafael quien, sin poder evitarlo, le preguntó:

—John, vas tarde para el trabajo. ¿Te encuentras bien?

—Sí, creo que anoche nos pasamos un poco de tragos. Me quedé dormido y ahora voy tarde.