Carta a mi niña interior


Allí estás, con ojos de descubrimiento, aguardando llena de emoción una pequeña chispa que desanude la paz incómoda de esos días en los que el reloj encerraba quietud y silencio. Allí estás en tu día a día que pasaba sin mucha incertidumbre incluso para tus miedos más profundos. Allí estás con el uniforme azul oscuro, camisa blanca, zapatos negros y medias cafés. No alcanzaba el descanso para recorrer corriendo cada espacio del colegio y encender tus mejillas a 22 grados, la habitual temperatura que abrigaba tu pequeña Sandoná.
Allí estás agitando entre tus manos y mascullando en tu garganta el Cristo del Poeta, el que entre tinta de dolor escribió tu abuelo. Allí estás haciendo de maestra en la obra de teatro de fin de año, bailando el Sanjuanero, arriesgándote al ballet improvisado de tu pueblo. Te veo, sentada solitaria y feliz sobre el pasto verde y húmedo, con cachetes más abundantes que luna llena, concentrada desarmando con tus manos regordetas el plato más excelso de tu tiempo y de tu pueblo, la pierna pernil de un pollo asado.
Maestros y estudiantes solo ríen con ternura y provocas su apetito hasta que les convences sin decirles que, las 10 de la mañana es buena hora para almorzar cuando sales de paseo.
Allí te veo preguntando a la pregunta, que pregunta sin parar, no te cansas, no te rindes, te revelas, les concedes lo oportuno y vuelves a empezar. Te veo en tu melena inmanejable, en tu bicicleta libertad. En tus hermanas pequeñitas entrelazadas, fuertes y coloridas como buganvillas que acorazan el hogar. Te veo entre tus mapas de geografía, pintando los océanos e imaginando que algún día los cruzarás. Te veo aprendiendo de memoria los planetas, la tablas de multiplicar, las conjunciones y las preposiciones. No era tan difícil cuando tenías en casa la mejor maestra que haya podido la tierra dar. También te veo aprendiendo a sumar y restar sin ayuda de tus dedos, con el matemático eficiente que te enseñó el significado de la lealtad.
Allí estás entre los niños y las niñas, que, como tú, solo quieren jugar. Allí estás en un colegio de monjas y en un hogar patriarcal, como tantos chicos y chicas en ese mismo instante de vida fugaz. En esa familia amorosa que te regaló en la vida la humildad y tus ganas de soñar.
También te observo en tus días de miedos de hondura interminable, de preguntas sordas que invocan los fantasmas de las memorias que no quieres recordar, pero que te suplican que no las olvides porque sin duda en sus injustificadas respuestas aguarda la comprensión de una parte de tu mundo que aún está sin explicar.
Hoy que te escribo esta carta no te busco proteger, ni llenarte de indulgencias, ni apologizarte en tu niñez. Solo quiero agradecerte porque no te escondes nunca y apareces sin permiso y sin vergüenza para desanudar el torbellino incómodo de aquellos días en los que el reloj encierra vertiginosidad y escándalo. Gracias mi niña por ser la chispa de la pregunta que me recuerda que si se quiere siempre todo puede estar por comenzar.
Artículo Anterior

¿Y dónde está mi niña Interior?
23 de noviembre de 2022
Artículo siguiente

¿Cómo hablamos la situación del país en esta casa?
23 de noviembre de 2022