CICLO CONCEPTUAL
Un mundo maravillosamente al revés


¿Qué hace que las familias quieran al Merani? Es una pregunta que posiblemente se responda si miramos el mundo al revés. Estamos tan acostumbrados hacer el papel de adultos que a veces olvidamos que con solo mirar unos centímetros más abajo de nuestro propio horizonte podemos encontrar un camino diferente; uno divertido y alocado que nos invita a ver la vida a través de otros ojos, esos ojos de niño que se abren a la madrugada sin poner condiciones. Cuando nosotros apenas podemos reactivar alguno de nuestros sistemas más primitivos, ellos ya brincan de alegría porque saben que hoy les espera una gran aventura.
Cada día nos dan una lección de asombro, hoy aprenden sobre proposiciones y mañana se convierten en mil personajes, seres capaces de usar la imaginación para tener muchos rostros y lograr abrir la puerta que les permite atravesar lugares fantásticos. Se puede ser científica, astronauta, dinosaurio y hasta devolver al mismísimo Galileo Galilei con sombrero chueco y trazos de una barba que se desdibuja tras un tapabocas que intenta ocultar una gran sonrisa, pero que no lo logra.
No es difícil imaginar que tan fuerte es el deseo de llegar al colegio, el impulso profundo de encontrarse con aquellos con los que han creado lazos tan fuertes que ni un virus tan chiquito, pero tan avasallador pudo romper. Este impulso que nos hace falta a los adultos inmersos en la búsqueda milimétrica de festivos en el calendario, festivos que para ellos son el apocalipsis, la hecatombe que les roba un día en ese mundo loco donde pueden escuchar a un encantador de notas que con su guitarra los invita al goce del juego, a una bruja que no despierta ni el más mínimo temor y que por el contrario los atrae y hechiza con los más creativos postres, y que los hace extrañar a la liga de profes-héroes sin capa que usan sus increíbles poderes para protegerlos de la indiferencia y convocarlos a la lucha por el conocimiento, los números, la solidaridad y el pensamiento libre.
Con cada experiencia en esta escuela, nos hemos hecho más fuertes y temerarios para escalar hasta las más altas montañas. Como adultos podemos decir que hemos acompañado a nuestros hijos atravesando caminos oscuros, agrestes, insólitos e inalcanzables, desde el Nanga Parbat (1) hasta el pico más alto del Everest (4). Pero son nuestros hijos quienes nos enseñan que son momentos de la vida y oportunidades para acercarse al saber y al conocimiento, donde pueden encontrar nuevas amistades que coinciden con su sabor favorito de helado, para conocer los gatos de tu gran amigo o amiga, para descubrir que por más distintos que sean los une una misma meta y para interiorizar esas tantas palabras que cobran sentido cuando atraviesan esos peldaños juntos: Empatía, solidaridad, cariño, cuidado, sueños, entre otras.
Son esas palabras con las que debemos vivir en cada momento y las que nuestros pequeños llevan grabadas en la piel; en esa piel de mil colores que les recuerda que siempre pueden ser diferentes y estar seguros en una sociedad que cada vez es más cruel, pero para la cual se están formando y en la cual los acompañaremos hasta siempre. Basta con despertarnos una mañana y creer que por gritar más fuerte nos van a comprender, e insistir con voz de mando de dos estrellas de cinco puntas doradas que las cosas se hacen siguiendo una línea recta, para encontrarte de repente desarmado con palabras sutiles que te convocan a dibujar nuevos senderos para darle un chance a la paz “¿Oye y si solucionamos este conflicto?”. Por un momento sientes que se te mueve el piso, que tu mirada se posa en un solo punto y que te dan unas ganas infinitas de descender al nivel donde puedas ver a los ojos de ese niño o niña que te pide que lo escuches, y es allí, donde ahora comienzan a grabarse en tú piel palabras como: acuerdo, diferencia, comprensión, afecto, memoria, y muchas más.
No podemos decir que este viaje ha sido fácil, tal vez si lo fuera no sería la oportunidad de aprender que no podemos encerrarlos en burbujas de acero para que cuando colisionen con la vida no se lastimen ni un nanómetro de sus vulnerables cuerpos y que por el contrario cuando veamos sus golpes, raspones y morados nos recuerden que han sido huellas de un momento donde se detiene el tiempo y entienden que no siempre se calcula tan bien en el juego de atrapadas, y que es la situación perfecta para visitar a la diosa Yaso que con su mimos, dulces y aromáticas de hierba puede levantar a los más grandes héroes y heroínas para continuar la batalla de la diversión. Hemos aprendido a encontrarnos a nosotros mismos cuando a una chaqueta que tiene vida propia se le ocurre iniciar su huida pasando por aventuras inimaginables y terminando atrapada en el cuarto de objetos perdidos, lugar que muchas veces nos recuerda lo perdidos que podemos estar en este intríngulis de ser padres, porque somos humanos, seres perdidos que pagamos nuestras multas y que al final encontraremos nuestros caminos recorriendo juntos cada pasito.
Vivimos un instante que la historia le ha negado a muchos, nuestros niños no tienen que enfrentar monstruos que les marcarán sus vidas, no tienen que cruzar montañas con sus cuadernos llenos de planas con la palabra miedo y no tienen que sortear obstáculos que han dejado a muchos en el recorrido. Son nuestros niños los que tienen en sus manos el futuro de un mundo distinto, uno que se vive desde que se abre una puerta y un hombre con traje de guardia te sonríe con un “buenos días”, cuando pasas una máquina que mide tu temperatura y un ser humano que mide tu animo con un “¿cómo estas?”, el momento en que tu almuerzo tiene la magia de llevarte a otros países sin dejar tu silla y que te aterriza en una realidad donde el brócoli y los Mamut son amigos, uno donde la biblioteca es el pasadizo que conecta cada derecho que tenemos como humanos y donde puedes encontrar las llaves de las infinitas libertades, un mundo donde habiten seres que no han olvidado que el otro existe.
Es posible que no haya una sola respuesta a la pregunta “Por qué queremos al Merani” o que esa respuesta esté en cada una de esas mil mariposas revoloteando en nuestro estomago cuando vemos a nuestros hijos levantarse con una gran sonrisa, sortear lluvias y relámpagos para desembarcar sus bicicletas en el muelle de las piedras con alma, cuando nos dicen adiós con una voz que encienden cada uno de esos fueguitos de los que habla Galeano y cuando los vemos arrastrar una maleta con dos ruedas y con miles de esperanzas por ese mar azul que los recibe al compás de Vivaldi y que poco a poco los va alejando de nuestros ojos pero los va acercando mucho más a nuestros corazones.
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5 de junio de 2023
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