ÍCARO
EXCELENCIA IAM
El siguiente cuento es de la autoría del prof. Manuel Nieto quien también se dedica a la escritura como profesional en estudios literarios. Además de escribirlo, lo ilustró con inteligencia artificial.
Hace un par de años, empecé a sentir que mi vida necesitaba un cambio.
El gris del aire y el gris de los edificios se confudía a mi alrededor. Yo no podía saber en dónde terminaba una construcción y en dónde nacía el cielo.
Caminaba por las calles sin encontrarme.
El gris del aire y el gris de los edificios se confudía a mi alrededor. Yo no podía saber en dónde terminaba una construcción y en dónde nacía el cielo.
Caminaba por las calles sin encontrarme.
Mi trabajo dejó de gustarme. Tenía la impresión de que las responsabilidades me ahogarían en un mar de papel y tinta.
Descubrí que no era el único atrapado en
la velocidad de la vida.
Otros como yo escapaban de la ciudad y buscaban refugio en los lugares que habían encontrado para sí mismos.
Decidí seguirlos.
Otros como yo escapaban de la ciudad y buscaban refugio en los lugares que habían encontrado para sí mismos.
Decidí seguirlos.
Visité a un pariente lejano. Se trataba de un hombre viejo que había encontrado su lugar en el mundo: una cabaña en medio del bosque.
Él también se había cansado. Por años trabajó en un zoológico y sufría al ver las jaulas repletas de animales. Como yo, empezó a pensar que necesitaba un cambio.
Jacobo, así se llamaba el viejo, regresó a la casa de su infancia, en el bosque.
Reconstruyó el hogar abandonado. Para lograrlo, usó sus propias manos.
Las aves, me dijo, lo acompañaron desde el principio hasta el final con su canto.
Como si lo alentaran, pensé al escuchar la historia.
Reconstruyó el hogar abandonado. Para lograrlo, usó sus propias manos.
Las aves, me dijo, lo acompañaron desde el principio hasta el final con su canto.
Como si lo alentaran, pensé al escuchar la historia.
De las manos del viejo crecieron también los árboles. Sus uñas todavía conservaban esa tierra primera, inscrustada ahí desde que cavó agujeros en el suelo del bosque.
Como si él mismo fuera la tierra y el abono de todo lo verde que rodeaba la cabaña.
Como si él mismo fuera la tierra y el abono de todo lo verde que rodeaba la cabaña.
El viejo abrió las puertas de su casa para que otros como yo pudiéramos aterrizar.
Cada visitante regaba en el corazón de Jacobo una alegría imposible de calcular.
Yo pude sentirla regándose en mi corazón. Como una llave abierta que no se cansa de dar agua.
Yo pude sentirla regándose en mi corazón. Como una llave abierta que no se cansa de dar agua.
Jacobo me guió por los caminos trazados en el bosque. Las aves nos rodeaban, escondidas y atentas.
Él las señalaba entre los árboles, pero yo no podía verlas. Tanto gris me había vendado los ojos.
Él las señalaba entre los árboles, pero yo no podía verlas. Tanto gris me había vendado los ojos.
Para quitarme la venda, me explicó Jacobo, primero tenía que aprender a escuchar.
Las aves tenían escuelas de canto. Eso quería decir, me dijo, que aprendían las unas de las otras.
Algunas especies se aprendían los cantos de otras aves. Era como saber hablar en tres idiomas diferentes.
Las aves tenían escuelas de canto. Eso quería decir, me dijo, que aprendían las unas de las otras.
Algunas especies se aprendían los cantos de otras aves. Era como saber hablar en tres idiomas diferentes.
Después, me dijo, tenía que aprender a ver. Cada ave se posaba de forma diferente en las ramas de los árboles. Cada color producía un reflejo distinto entre la espesura del bosque.
Por último, Jacobo me dijo que para poder sentir la alegría de las aves, tenía que aprender a caminar más despacio. Ser paciente. Esperar. Esa era la única forma en que las aves me llenarían el corazón del lado verde del bosque.
Una semana después, me despedí de Jacobo y regresé a la ciudad.
Todo parecía seguir igual.
Pero yo había cambiado. Mi corazón tenía otro color.
Todo parecía seguir igual.
Pero yo había cambiado. Mi corazón tenía otro color.
Descrubrí entonces que las personas que aterrizamos en la casa de Jacobo somos como las aves de un zoológico.
Habíamos permanecido mucho tiempo enjauladas.
Y en la cabaña en medio del bosque encontrábamos nuestras nuevas alas.
Habíamos permanecido mucho tiempo enjauladas.
Y en la cabaña en medio del bosque encontrábamos nuestras nuevas alas.
Y solo así recuperábamos nuestro sol, y cielo perdidos.
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