CICLO PROYECTIVO
Narraciones de un reencuentro en la ciudad perdida


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más.
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Antonio Machado
En agosto emprendimos un viaje que trascendió más allá de las coordenadas geográficas. Nos dirigíamos en un viaje a Santa Marta, Ciudad Perdida, mejor dicho, a Teyuna. Esta no fue una travesía común; fue una excursión, una aventura, que se convirtió en descubrimiento gracias al curso Proyectivo B. Salimos el lunes 14 de agosto; la cita fue en el aeropuerto en Dorado a las 4 de la mañana. Todos íbamos llegando, uno tras otro. No podría decir si veía primero a la persona o a su gran morral a la espalda, pero lo que sí era claro eran los rostros con una expresión de expectativa y gran emoción. Todos estábamos listos, con nuestras propias casas a la espalda, preparados para despegar y pasar esa puerta para subir al avión. Pero un momento, al pasar cada uno, necesitábamos nuestro documento original. Yo no tenía mi tarjeta de identidad original, sino una fotocopia (consejo para futuras excursiones; NUNCA lleves una fotocopia) y dos compañeros más la habían dejado en bodega (supongo que por la emoción se les olvidó). Consecuencia: no nos dejaron pasar. Fue tan frustrante ver cómo todos subían y uno desde la lejanía solo alargaba la mano intentando alcanzarlos. Así fue como el profesor Iván, otros dos compañeros y yo perdimos el vuelo. Claro está que no nos íbamos a quedar cruzados de brazos y despidiéndonos; buscamos todas las alternativas y, en medio del caos, a las 10:30 de la mañana estábamos sintiendo la brisa y ese calor tan abrazador de Santa Marta.
Después de aterrizar, tanto física como mentalmente, tomamos un bus rumbo a la primera parada de este viaje: El Mamey. De ahí, nos subimos en unas camionetas 4x4 polarizadas y con aire acondicionado, en medio de la carretera, y almorzamos. De ahí en adelante, simplemente quedaba caminar. El calor era incesante, todo iba en subida, era un camino como una carretera llena de arcilla, llena de minerales, todos en conjunto formando el camino a Ciudad Perdida. Durante el recorrido había distintas “estaciones” de descanso donde nos recibían con una fresca sandía o un jugo de naranja que, con esos ácidos tonos, hacían que nuestro cuerpo pudiese dar un pequeño respiro. Después de unos 9 kilómetros y aproximadamente 4 horas caminando, llegamos al primer campamento. Este estaba dispuesto solo para nosotros. Había muchas camas camarote y cada uno tenía que buscar su lugar para dormir. Después de una refrescante ducha y una eterna charla, en la que a más de uno ya nos pesaban los ojos, nos fuimos a dormir…
Al siguiente día nos levantamos a las 5:00 a.m. para comenzar el segundo día rumbo al segundo campamento. Eran unos 7 kilómetros de subida, pero esta vez un poco más suaves. Parte del recorrido implicaba pasar por la escuela de la zona, de la comunidad indígena de allí. Había 60 niños y la idea consistía en entregarles unos “kits” escolares como donación y algunas actividades. Desde por la mañana, cada uno tenía una serie de actividades perfectamente planeadas, hasta que nos dijeron que solo hablaban lengua nativa. Fue ahí donde realmente comenzamos a conectarnos y a adaptarnos a los niños sin que el mismo lenguaje fuese un obstáculo. Nos dividimos por grupos y simplemente jugamos un rato, desde jugar “El puente está quebrado” hasta cantar “los pollitos”. Era evidente la forma cómo la que la mayoría de nosotros logramos conectarnos y ver las sonrisas de cada uno. Entre piques y charlas llegamos al campamento 2, un campamento el doble de grande, lleno de por lo menos 150 extranjeros de todas las nacionalidades. Almorzamos y luego seguía una de las mejores partes de este recorrido: el río. En medio de esa humedad tan sofocante, el agua tan fresca y limpia, esas gotas salpicando en la cara y esas risas y abrazos en medio del agua eran lo más revitalizante que un cuerpo podría llegar a experimentar. Duramos casi una hora allí y volvimos a darnos un baño y coger una cama antes de que los extranjeros nos quitaran una cosa más…
El siguiente día nos saludó con un amanecer rosado, con unos tonos naranjas que se colaban discretamente entre las nubes. Desayunamos, recogimos las maletas y seguimos, seguimos subiendo… Pero el propósito hoy ya era subir a Ciudad Perdida, si el clima nos ayudaba, pero no fue así. El camino fue bastante tranquilo, pero desde muy arriba ya se acercaban las nubes y, con ellas, la lluvia. Así que llegamos al tercer campamento, un campamento realmente diferente a los anteriores, pues las condiciones no eran las mejores, pero la idea de poder volver a meternos al río apaciguaba cualquier cosa. Yo me encontraba cansada y simplemente quería ver la gente disfrutando del agua, pero en cuestión de minutos me quedé dormida en una piedra a la orilla del rio. Creo que fue la mejor siesta que pude tener, con el sonido de la corriente y las risas al fondo… De ahí seguía el almuerzo y subir a Ciudad Perdida ya. Pero como no podíamos, fue una tarde de recuperación, lo cual significaba tarde de juegos de cartas y risas y más risas. En la noche, alrededor de las 8:00 p.m., decidimos hacer una actividad en medio de la incesante lluvia y alrededor de una fogata. Íbamos a dejar algo… íbamos a despojarnos de algo para dejarlo allí, en Teyuna. Cada uno pasaba, decía lo que quería soltar y lo arrojaba al fuego. No fue fácil y, entre lágrimas, cada uno se liberó de algún pensamiento, situación, dolor…
El nuevo día ya era el día más esperado e inesperado. Era el día de subir a Teyuna, de ver ese paraíso inmerso en esos árboles tan grandes y esa naturaleza tan abundante. Y así fue. A las 6:20 a.m., ya estábamos empezando a caminar, por un buen tiempo con la compañía del río en medio de un sendero de rocas y pequeñas cascadas. La sensación ahora era diferente, el clima era más fresco y esas gotas de agua que te salpicaban en la cara te refrescaban aún más. El camino ahora sí era realmente una subida. Llegamos al punto donde había escalones muy estrechos, hechos solo de piedras perfectamente acomodadas. Y así, cuando menos creíamos, llegamos. Era tan impresionante que no creíamos ya estar parados frente a esas terrazas, frente a esas palmas tan altas. Finalmente, llegamos. Cada uno que iba llegando era recibido con un abrazo y una sonrisa de satisfacción. Estuvimos por un buen tiempo, cada uno en introspección total, con los ojos cerrados pero la conciencia y la mente más abierta que nunca. Dimos un pequeño recorrido por una parte de Teyuna, conociendo los lugares más emblemáticos y maravillándonos de esas construcciones y todo el trabajo que hubo tras ellas. Entre tanto, tuvimos la oportunidad de conversar con el Mamo, pudimos hacerle algunas preguntas y contextualizarnos un poco más sobre el lugar en donde estábamos. Llegamos hasta la parte más alta de Ciudad Perdida y, lamentablemente, ya debíamos comenzar a retornar, porque uno siempre vuelve… Y así como subimos, debíamos bajar. Entre poemas y risas, lentamente regresamos al campamento 2, pero no fue una caminata cualquiera. Ese día yo diría que fue el día más denso tanto física como mentalmente. Comenzando por esa bajada de piedras tan empinada, acompañada de una fuerte lluvia que cualquier paso en falso podía ser una caída segura. Nos pusimos bolsas de plástico para cubrir lo más importante durante toda la excursión: los morrales, y dejamos nuestros cuerpos y rostro a merced de la incesante lluvia…
Después de más de 4 horas bajo la lluvia, llegamos al campamento 2, por fin. El mejor indicativo y por el que todos nos íbamos guiando era el río; cada vez se hacía más fuerte, cada vez se sentía más cerca y, con él, más cerca estaba el campamento. Al llegar, todos fuimos directo a las duchas, que realmente estaban llenas, y no solamente llenas de personas, sino de lodo, barro, tierra, de la presencia de las anteriores personas que ya las habían usado antes. Pero en medio del sudor y el cansancio, lo más importante era poder sentir la frescura de esa agua fría. Así fue como todos, a las 7:30 p.m., todos estábamos sentados en el comedor, un poco más revitalizados, preparándonos para el siguiente día, el último, el ultimo día inmersos en esta aventura, dentro deótoda esa imponente vegetación que nos recordaba que al lado de ella no éramos más que unos humanos descubriéndola. Cada uno se fue a dormir; algunos con fiebres, otros con alergias extrañas, otros con los pies lesionados o tronchados y la mayoría de nosotros, con las piernas cansadas y cansadas. Sin embargo, todos estábamos unidos.
El último día empezó a las 4:30 a.m., con los zapatos mojados y la ropa húmeda; el destino era el Mamey, era el mar, era Santa Marta. Comenzamos con bajadas y algunas subidas también; era el día de la caminata más larga, pero, así mismo, era la última caminata, era el día más esperado, pero de igual forma el menos esperado. Mientras bajábamos, veíamos a los otros apenas comenzando lo que uno ya había hecho cuatro días atrás. Se sentía un poco halagador, pero a la vez un poco extraño y nostálgico. Aun así, a eso de las 2 p.m., terminamos en el mismo lugar donde comenzamos; llegábamos y entre aplausos y palabras de gratificación éramos recibidos. Allí almorzamos; allí sentimos tanto individual cómo grupalmente, ese placer de haber logrado algo que no había sido cualquier cosa; fue caminar durante cinco días caminos inimaginables, enfrentarnos a situaciones realmente complicadas y apoyarnos mutuamente. Y, realmente, lo que más sentíamos todos era el cansancio. Tomamos rumbo al hotel, ya en bus (afortunadamente). Fuimos llegando a la ciudad moderna. Llegamos a Santa Marta. Nos bajamos directamente en el hotel y la escena era bastante curiosa: 35 personas llenas de barro y con unos morrales gigantes polvorientos en la recepción de un hotel bastante lujoso y realmente bonito; creo que también era como una “recompensa” después de tanto vivido. Lo que más anhelábamos del hotel era la piscina en la terraza, con una vista al mar y a la ciudad, y allí terminamos, nadando un rato en la noche de Santa Marta, en medio de una piscina en lo más alto de un edificio… Después de esto venía la famosa noche blanca, la noche del epílogo. Estuvimos todos poniéndonos a tono en la medida de lo posible y de forma muy sencilla para ir a cenar. La comida fue suficientemente especial; había opciones de todo tipo, distintas carnes y un té refrescante.
Y aún faltaba el balance final. Subimos a la terraza nuevamente y, con la brisa en medio, hablamos, lloramos, nos reímos y nos dormimos. Todos dijimos con qué nos quedamos de toda esta experiencia, desde las ganas de vivir nuevamente hasta los lazos construidos. Todos nos quedamos agradecidos por algo… El cansancio ya se iba apoderando cada vez más de nosotros y nos fue dirigiendo, en muy poco tiempo, a esas camas blancas, grandes y confortables. Un nuevo día, un día más, el último día, ya era de despedida. Todo era mucho más calmado y diferente. Logramos levantarnos a las 7:00 a.m., empacar las maletas lentamente y dirigirnos al aeropuerto para partir a casa… La nostalgia inundaba cada rincón que pasábamos por el aeropuerto. El vuelo de regreso se sentía totalmente diferente. Llegamos a la fría y cruel Bogotá a las 2:15 p.m. Sentía el estómago con mariposas, por el vacío que se iba a sentir en los próximos días. También, en lo más hondo del alma, sentía toda esa energía y esa compañía que cada uno de nosotros pudo tener en sólo cinco días. Entre abrazos, cada uno se fue.
Esta experiencia fue más que una caminata; fue una lección de vida. Son muchos los detalles que puedo contar, la importancia de la conexión con la naturaleza y la capacidad para superar obstáculos. Así, caminando, creamos nuestro propio camino, dejando estelas en la mar, estelas de las infinitas anécdotas que podría llegar a narrar y muchas las que se me escapan pero que estarán marcadas por esta inolvidable travesía a Ciudad Perdida. De todas maneras, intenté retomar las partes más significativas de toda experiencia para decir GRACIAS a cada uno de los personajes de toda esta historia.
Artículo Anterior

Premiación Canguro Matemático
30 de noviembre de 2023
Artículo siguiente

Ciencias, sociedad y perspectiva
30 de noviembre de 2023