CICLO PROYECTIVO
Yo, Caperucita Roja
Versión contemporánea


ÍCARO
EXCELENCIA IAM
Estaba por terminar de leer Juan Sin Miedo de los Hermanos Grimm. Iba en la parte donde el rey había prometido conceder la mano de su hija a quien pudiera pasar tres noches en el castillo y Juan no dudó en aceptar la propuesta. De pronto, sonó el mimbre de la canasta de los mandados, y desde la cocina escuché la voz de mi madre. Caminé descalza hasta la sala, y mi madre volvió a llamarme con más impaciencia. Quería que fuera a la casa de mi abuelita para llevarle unos pasteles que acababa de hornear. Le dije a mi madre que leía Juan Sin Miedo, y le propuse que ella llevara los pasteles, y después de acabar el libro, me haría cargo de regar las plantas. La propuesta le hizo sonrojar el pecho de rabia... Tal vez se disgustó porque con mi altanería le recordé su mala relación con mi abuela, la cual no difería mucho de nuestro vínculo maternal.
Decidí no pelear. Me puse los zapatos y la caperuza, agarré la canasta y salí lo más rápido posible, y sintiendo en la nuca la advertencia de “no ponerle cuidado a extraños en el camino”. En ese momento deseé ser Juan Sin Miedo y encontrarme con un ogro o una bruja, pero la suerte me tropezó con un lobo que estaba tumbado bajo la sombra de un árbol. Desde allí me habló para proponerme un reto: la idea era llegar a la casa de mi abuelita. Él tomaría el camino “largo”; y yo, iría por el camino “corto”. Al principio creí un poco tonta la propuesta, pero después admiré la valentía del lobo de hablar con alguien tan desconocido como yo. El lobo y Juan Sin Miedo no tenían rastro de temor; tampoco yo, aunque mi mamá me previniera. Luego pensé en lo triste que podía ser la vida del lobo por no tener ningún otro plan que proponerme semejante reto. Aun así, decidí aceptar.
Emprendí el rumbo por el camino “corto”, mientras trataba de no pensar en el regaño que me ganaría si mi mamá se enteraba de lo que hacía.
Pasado un tiempo, por fin llegué a la casa de mi abuelita. El camino que tomé no me había parecido tan corto como había dicho el lobo, y parecía que él no había llegado todavía. Cuando golpeé la puerta se abrió muy despacio. Fue entonces cuando escuché la voz ronca de mi abuela invitándome a pasar. Y en este punto las cosas se pusieron raras. Me crean o no, vi al lobo metido en la cama de mi abuelita con su pijama... pero ¿quién soy yo para juzgar los gustos de los demás? Me acerqué y decidí seguirle el juego. Le pregunté por qué tenía la nariz tan grande y me respondió que era para olerme mejor. Le pregunté por qué tenía las manos tan grandes y me dijo que era para agarrarme mejor. Por último, pensando en lo sugestiva que se estaba poniendo la conversación, le pregunté por qué tenía esos dientes tan grandes... Y, bueno, ustedes conocerán algunas de las versiones de esta historia.
Durante más de 400 años1 he pensado si en realidad fue mi culpa que el lobo me comiera, o si fue culpa de mi madre por no decirme qué hacer para evitar que un lobo me tragara, en lugar de darme la simple orden de no hablar con extraños. Pero ¿por qué nadie le recrimina al lobo por haberme comido? ¿Por qué siento que debido a su naturaleza animal el lobo goza de un permiso especial que lo exime de su responsabilidad por lo sucedido?
Que mi madre haya decidido enviarme sola a la casa de mi abuelita no la hace una mala madre. Que yo haya decidido desobedecerle por ponerle cuidado a alguien extraño no me hace culpable del todo. Mientras tanto, creo que la versión de mi historia, que además fue contada en tercera persona, quería dar una lección moral usando mi pequeña, ingenua y frágil humanidad, y poniéndome como un mal ejemplo del “buen comportamiento que deben tener las niñas obedientes”. Esa versión, que no es la mía, sirvió durante mucho tiempo para construir un miedo que culturalmente debo sentir por el hecho de ser mujer. En cambio, el privilegiado de Juan Sin Miedo a lo único que le temió y temerá toda su vida, es a una jarra de agua fría.
Han pasado cuatro siglos desde que se escribió la primera versión de Caperucita, y las mujeres aún somos culpables por hacerle caso a extraños, mientras que los lobos son eximidos de sus acciones animales.
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Saltando un mundo de posibilidades
8 de septiembre de 2023