Samuel
Morris Torres
30 de noviembre de 2023
Mi nombre es Samuel Morris Torres. Entré al colegio en el curso Exploratorio Beta y, contando el año en el que estoy escribiendo esto, llevo diez años en el instituto. Yo venía de un colegio un poco estricto; había una forma específica para todo, incluso para escribir. Recuerdo odiar mi letra y a mis compañeros por no querer luchar, por no querer ser ellos mismos. Mi relación con las instituciones en ese momento era de rabia, no me interesaba estudiar y estaba seguro de que no podría encontrar a nadie lo suficientemente especial como para llamarlo amigo.
El niño que entró al Merani en ese año experimentó el mayor choque cultural que había tenido, fue casi como visitar otro país, incluso las reglas eran distintas, la ropa, los colores del lugar, los profesores, las sonrisas de mis compañeros. Todo era demasiado sincero, no había un ideal específico. Fue como si a un ave herida le devolvieran sus alas.
Para explicar el impacto que tuvo el Instituto Alberto Merani en mi vida voy a dividir los aspectos que considero más importantes en párrafos. El primero será sobre los profesores, el segundo será sobre mis amigos y el tercero sobre mí. Espero lograr en este texto devolver toda la honestidad y paz que me dieron al recibirme con una sonrisa.
Los profesores del colegio me enseñaron más de lo que creí posible aprender, son excelentes explicando sus conocimientos y tienen mucha paciencia. A lo largo de mi paso por el instituto tuve profesores asombrosos y a cada uno les agradezco su pasión por enseñar. Sin embargo, quiero hacer un reconocimiento especial a los maestros, esos seres maravillosos que logran tocar el alma de cualquier niño, logran dar abrazos con sensación de cobija. Los maestros tienen el talento que cualquier cardiólogo envidiaría, el calor de sus brazos cura casi a cualquier herido. Como estudiante que se considera alguien herido jamás olvidaré lo que hicieron por mí, los amo y prometo ser leal a sus enseñanzas.
Los amigos que tuve en mi estancia en la institución fueron muy variados, desde compañeros con los que divertirse nacía como una flor en una pradera, hasta hermanos que se quedarán en mi alma por toda la vida. Les agradezco a todos mis compañeros por haberme sacado alguna sonrisa, por hacerme olvidar por un instante el dolor que implica la vida. Mis hermanos, nunca podré pagar la deuda que tengo con ellos, verlos mejorar y crecer cada día me llena de una sensación tan hermosa que lastimosamente es inefable. El amor que siento por ellos es más grande que el idioma español. Lastimosamente, por eso mismo, no creo poder lograr encontrar las palabras para expresar mi profunda gratitud. Me hacen ser yo, el cariño que me dieron es lo único que me faltaba para poder verme con amor. Ellos me mostraron qué es el amor, me enseñaron lo más importante en esta vida, infinitamente gracias.
El cambio que tuvo en mí es tanto que mientras escribo esto, mis lágrimas son acompañadas por una sonrisa. Todo lo que viví en el Merani, desde los momentos más hermosos y felices que he tenido, hasta los mayores dolores, me hacen ser quien soy.
Gracias a lo que experimenté estos diez años, al fin puedo decir quién soy con orgullo. La deuda que tengo con el colegio es como la deuda que tiene un adulto con sus padres. El trato altruista del colegio cobijará mi alma hasta el fin de mi vida. Prometo amar como me amaron, serme fiel como me lo enseñaron y apasionarme por la vida como un ñoño meranista.
Gracias a todos por no haber dejado de creer en mí, incluso cuando yo lo hice.
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