Damián Barbón
Yepes

La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.
Gabriel García Márquez

4.329 días han pasado desde aquella fría mañana de 2013 cuando llegué al colegio. Estaba desconcertado, algo perdido, pero emocionado. Los días se transformaron en semanas, meses, años. Hubo risas, lágrimas, rabietas, amores, odios. Clases, descansos, rutas, excursiones. Profesores, compañeros, monitoras, amigos, hermanos. Desde Exploratorio hasta Proyectivo, siempre sentí que formaba parte de algo más grande que un simple colegio.

618 semanas después, aquí me encuentro, frente a una hoja casi en blanco, intentando expresar lo inexpresable. Tantas cosas han ocurrido durante estos años que me resulta imposible poner en palabras todo lo que he sentido y vivido. Solo puedo decir que vivía convencido de que este momento nunca llegaría, que siempre sería ese niño corriendo por la media torta.

141 meses han transcurrido. Meses que en su momento parecían eternos, pero que ahora se sienten como una ilusión lejana, desvaneciéndose en el horizonte del pasado. Sin embargo, a pesar de ser recuerdos, hoy cobran más vida que nunca. Recuerdo jugar en la reja, cuando mi mayor preocupación era qué habría de almuerzo, o las partidas de ping-pong que parecían más importantes que la entrega de la tesis en dos días.

12 años han pasado, y aún me siento desconcertado, algo perdido, pero emocionado. Emocionado porque sé que este no es el final; cada rincón del colegio vivirá siempre en mí, recordándome de dónde vengo.

300 palabras he escrito para agradecer, perdonar, recordar y, a veces, olvidar. Y, aun así, siento que no son suficientes. Lo que me llevo del colegio no son solo aprendizajes o conceptos, sino memorias imborrables e irrepetibles. Gracias a mis profesores, a las monitoras, a mis compañeros cercanos y lejanos, a mi familia y a cada uno de esos momentos que, aunque pertenecen al pasado, vivirán en mi mente por el resto de mi vida.

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