Ícaro Memorias 2024 Proyectivo C

Juan David
Arciniegas Venegas

Por: Juan David Arciniegas Venegas
30 de noviembre de 2024
Foto: Sebastián Zamudio


Compartir en:
“El Caballo y el Mapache”

Hace poco más de una década, un pequeño caballo galopaba alegremente por la sabana bogotana. Era un caballo afortunado y, para bien y para mal, muy distinto a todos los demás caballos. Cada mañana la luz del sol era su despertador, y en la noche, luego de una tranquila jornada llena de alegría junto con su caballada, contemplaba con mamá la dulce luna antes de entregarse a Morfeo por unas cuantas horas. Cada día era muy similar al anterior, lo que en ese momento era algo positivo; y aunque muy sencilla, su vida era casi perfecta.

Años más tarde, junto con mamá, el caballo llegó a un lugar desconocido. Había muchos animales similares a él. Realmente, no podría catalogar a ninguno en alguna especie. Eran tan distintos, pero había siempre algo invisible que los conectaba. Motivado por mamá, el caballito comenzó a regresar cada día al mismo lugar. Algo de distinto tuvo que ver ella dentro de él para proponerle semejante reto. Cada tarde, el caballo seguía conservando lo mismo que realizaba en su antigua vida junto a su caballada, todo lo que un caballo puede hacer, y era lo que a él le hacía feliz.

El caballo poco sabía que se avecinaban situaciones muy interesantes. Poco a poco comenzaría a apegarse a un par de animales en especial. No se percató en qué momento pasó tanto tiempo, ya sea en años de caballo, de humano o de cualquier animal. Habiendo crecido una pequeña parte de su vida en ese lugar, nuestro amigo siguió evolucionando, sin estar buscando nada en particular. Se dio la oportunidad de experimentar, conociendo a nuevos animales maravillosos. Tanto los que seguían, como los que no, como los nuevos, siguieron viviendo en el corazón del caballo.

Un día, el caballo despertó sintiendo un sofocante calor y un desagradable frío al mismo tiempo. Se sentía diminuto y el "día" estaba demasiado oscuro como para ser día. Revisó sus pezuñas, percatándose de que habían sido reemplazadas por unas pequeñas garras. Asustado, se vio en el reflejo de un charco: se había convertido en un maldito mapache. Se apresuró a buscar a mamá, a quien también halló convertida en uno de estos carnívoros. Ella estaba en silencio, mirando por largo rato una pequeña pero inconfundible huella. Inmediatamente el mapache la vio, lo sintió. No importaba si era mapache o era caballo. Lo recordó. Al que más lo amó y más se preocupó por él. Con el que siempre estuvo en aquellos días galopando por las praderas con libertad, hasta el día en que los años comenzaron a pesarle. A él y todo lo que ocurrió. Era su abuelo, su héroe.



Portada

El mapache recordó entonces lo que pasó… ¿Esto ha sido un sueño?… Pues sí y no. —"¿Cuándo he sido yo un caballo?… Soy un estúpido. —Recordó que antes solía ser "tan libre como un caballo", así que de ahí parte esta confusión. Pero todos aquellos que conoció en el mundo de los caballos eran reales, sólo que un poco más realistas. Las emociones también habían sido reales. Se dio cuenta de que estaban todos y cada uno de ellos, claramente a excepción de uno de los más importantes para él. Pasaron varios días luego de este desencanto y los sentimientos equinos habían desaparecido permanentemente. Las emocionantes aventuras de cada día se transformaron en un rutinario y agotador acto de supervivencia. Ya nada era lo mismo. Día a día, estaba completamente entumecido.

Una noche, de camino a su helado árbol, por casualidad se topó con aquel que consideraba su hermano. La noche siguiente sucedió lo mismo, pero con su mejor amigo. Y así, sucesivamente, sucedió lo mismo con los animales más importantes que conoció en ese extraño lugar: cada noche se topaba con uno de ellos. Su interior poco a poco se fue descongelando, al punto de sentir que una minúscula parte del brillo que había perdido volvía en pequeños destellos en aquellos momentos. Por un pequeño momento, casi al final, el mapache volvió a sentir.

La vida continuaba naturalmente con sus altas y sus bajas, y le hizo saber al mapache que ya era momento. Debía dejar el mundo atrás y seguir viviendo. No lo dejó tan atrás, de todos modos. —"Realmente no quiero saber, sólo quiero ‘volar’". —Se repetía constantemente en lo que llegaba el momento. Finalmente llegó, y el mapache se fue. Muchos animales, desconocidos, lo escucharon cantar aquella clásica canción: "Tú y yo vamos a vivir por siempre". ¿A qué se refería?… ¿En quién estaba pensando?… ¿En mamá y papá?... ¿En la abuela?… ¿En ellos y también en ella?… ¿En su abuelo, ahora convertido en un ángel?... Hay obtusos individuos que dicen que, al ser un mapache, no pensaba en nada. A mí me gusta pensar que a todos los volvió a ver algún día y que en el futuro logró volver a sentirse como aquel caballo que jamás existió.





FacebookSíganos en Facebook
FacebookSíganos en Instagram
youtubeSiga el Canal
TwitterEscúchenos en Spotify
TwitterSíganos en Tiktok
TwitterSíganos en X
icaritoVisite Icarito
social
social
social
social
social
social
social