Laura Sofía
Vargas Rincón

Es indescriptible el sentimiento, esa sensación de tener que dejar algo, algo que ha durado toda tu vida, aún más cuando es un lugar que conoces tan bien, que es como tu hogar. Para nadie que me conozca es un secreto que me apego mucho a las cosas, a las personas, pero hasta ahora no sabía que podría apegarme a un lugar, hasta que llegó el momento de despedirme de él. He estado en el Instituto Alberto Merani doce años de mi vida. Entendí que no es solo un lugar donde vengo a aprender materias básicas. Para mí este lugar es mi segundo hogar. Es el lugar donde pasé la mayoría de las horas, conocí a mis amigos, es donde encontré un lugar seguro para ser yo misma.

Entré aquí en 2013. Era una niña de tan solo 5 años, vulnerable, sin idea del mundo, de mí misma o las personas. Aquí aprendí a conocerme y aceptarme, entendí que soy sensible y que, así como puede ser mi mayor debilidad, es mi mayor cualidad. Y, como soy sensible, duele, pero duele de amor decirle adiós a este lugar.

Ahora miro hacia el pasado y no sé en qué momento pasó tanto tiempo. Siempre quise llegar al futuro. Ahora que estoy en él, quiero volver atrás o parar un segundo el tiempo. Recuerdo vivir tantas aventuras y tantos años tan rápidamente, recuerdo muchas cosas borrosas, recuerdo risas y llantos que me marcaron. Sé que estos últimos tres años en Proyectivo fueron los más difíciles y felices de mi vida escolar. Pero lo agradezco porque todo este tiempo, estos doce años, las personas que conocí, los profes en quienes confíe, las monis que siempre estuvieron presentes, todos y todo forman parte de quien soy.

Estoy segura de que estos doce años de mi vida se quedarán en mi memoria y en mi corazón. Quiero seguir adelante cada día del futuro y recordar los abrazos de Cediel en las mañanas, las risas con Ivanna, Huayra e Isabella, los mensajes de Vale y el amor de Cami cada día. Porque eso es lo que me queda del Merani: los seres humanos más valiosos que me pudo enviar la vida.