Sara Valentina
León Zea
30 de noviembre de 2024
El mundo nunca deja de girar, incluso cuando el final se acerca, incluso ante el miedo que genera la incertidumbre del futuro, de los comienzos emergentes. Hoy, al borde de iniciar un nuevo camino, no puedo evitar mirar hacia atrás, hacia un camino tejido de sueños e ilusiones. Los recuerdos fluyen en un río de nostalgia que hizo más evidente su presencia con el pasar de los años y que ahora me consume por completo.
Describiría el inicio de este año como una intoxicación. Estábamos intoxicados como sólo puedes estarlo cuando empiezas a sentir con ferocidad y aún no te has hecho las preguntas que más asustan. Únicamente caminábamos con la certeza de que algo nos esperaría más adelante. Todo cambió para mí cuando cada vez aparecían más finales, más cierres y las preguntas a las que tanto temía surgieron de golpe y por supuesto el miedo a las últimas veces, el deseo de atesorar cada momento, de no olvidar.
Soy muy consciente de que he olvidado, muchas cosas no permanecen y muchas otras se transforman, incluso algo tan estático como la presencia del cielo sobre nosotros tiende a cambiar a cada hora del día. Mi paso por el colegio no ha sido la excepción, y aunque sé que siempre habrá un atardecer distinto, uno más bonito, siempre esperaré encontrar mil cielos más acá, en el lugar que me acompañó en las tormentas más estruendosas, pero también en mis días más soleados. Y así es la vida, vives mil vidas en un solo lugar. Pero como alguien me dijo alguna vez, somos personas de destinos que buscan un lugar que pueda albergar la felicidad necesaria para existir, que nos haga sentir que lo vivido ha sido suficiente.
El Merani fue mi destino durante 10 largos años, pero ahora es tan solo una parte de mi camino recorrido y no mi final, como siempre lo pensé. Pasé incontables noches aterrorizada por perder la felicidad que el colegio me había brindado, las estrellas que me acompañaron en un cielo tan vasto de desilusiones, ahora sé que ha sido el brillo de todas ellas lo que me ha mantenido acá. Creo que las cosas más maravillosas merecen que vivamos por ellas, en vez de la idea errónea de que hay que morir por lo más valioso. El Merani me dio las razones suficientes para vivir.
Gracias a mis estrellas, que con su brillo me dieron los días más luminosos, un propósito para mi existencia. A mis profesores que me acompañaron durante tanto tiempo, que me dejaron enseñanzas que por siempre quedarán tatuadas en mi corazón, sus palabras que fueron aliento y consuelo. A los administrativos y monis que siempre dieron sentido al colegio, con sus sonrisas que alegraron cada camino que recorrí. A mis compañeros y amigos que se convirtieron en una segunda familia para mí, gracias por hacer de este camino el más bello, por mostrarme lo linda que es la vida y los múltiples motivos para sonreír. A mi mejor amiga que nunca me dejó caer, que me permitió comprender el valor de las cosas simples, la luna que iluminó mis noches.
Gracias a mi papá que me enseñó que el objetivo final de la vida, el único fin por el que estamos aquí es para ser felices. A mi mamá que iluminó mi camino con amor, que me abrazó y me guio. Todo esto es por y para ustedes. Y, por último, a mi pequeña estrellita cuyo brillo apenas empieza a surgir, te dejo en el lugar más lindo del mundo, para que emprendas tu camino y construyas tu propio cielo. Hoy dejo atrás este lugar que múltiples atardeceres me regaló, que me dio las estrellas sin las que mi galaxia no existiría, ahora sé que estoy aquí en este plano terrenal gracias a la inmensidad de amor y cariño que llovió un día aquí, que brilló en un lugar de cielos estrellados, caminos finalizados y sueños cumplidos.
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