Los jóvenes y la pandemia

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Foto: Sebastián Zamudio

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Las niñas y niños son las víctimas ocultas del coronavirus” nos ha dicho varias veces UNICEF en este tiempo. Sin embargo, los que parecen haber sufrido más emocionalmente durante la pandemia no han sido los niños menores sino los jóvenes. Lo destacaron varias tesis de grado desarrolladas en el Merani en 2021. Ana Sofía, Mauri, Thais y Sara evidenciaron que en los confinamientos aparecieron con mayor frecuencia los conflictos y las tensiones en las relaciones de los preadolescentes en sus hogares. Así mismo, durante la pandemia se les dificultaba a los jóvenes expresar sus ideas y sentimientos en casa, pronunciar sus propias palabras como diría Freire. Los niños, por el contrario, sintieron apoyo, unión y comunicación con sus padres. Eso es lo que encontramos en el Merani, pero no necesariamente coincide con lo que sucedió en el país. ¡Aun así, nos brinda algunas pistas!

Los que más han sufrido emocional y socialmente durante la pandemia han sido los jóvenes, en especial los preadolescentes, ¿por qué? Eso es más fácil de entender si tenemos en cuenta que los adolescentes construyen su identidad en grupo y para todos es claro cómo es de difícil cuidar y proteger los grupos de pares en la virtualidad.

Todos algún día vivimos las crisis de identidad, autoridad y sexual propias de la juventud. No hay que olvidar que el sentido etimológico de adolecer– adolescencia, proviene de padecer un dolor. Es el dolor que genera todo crecimiento. Duelen los huesos y también duele el alma. Pero afortunadamente, esas crisis las viven los jóvenes con sus amigos, compañeros y profesores, lo que las hace más llevaderas. De esa manera duelen menos. Los compañeros y las interacciones sociales nos protegen y nos potencian. Es más, en un bello acto propiciado por la socialización y la cultura, gracias a los amigos y compañeros la adolescencia termina siendo uno de los momentos más emocionantes de la vida. Gracias a los amigos superamos el miedo y nos llenamos de ilusión y valentía; florecen la esperanza y las ganas infinitas de cambiar el mundo. Seguramente esos genes asociados a la transformación también están incrustados en el ADN de todo joven en toda cultura y en toda época de la historia.

En términos técnicos, los jóvenes se resatelizan a sus pares. Resatelizarse es construir en compañía de los otros. Gracias a la interacción social detectamos quién está triste y le brindamos el corazón para acogerlo o el hombro para detener su llanto. Ellos se cuidan y se protegen de la soledad. Sin compañeros la adolescencia sería demasiado dura. Por eso la cultura inventó a los amigos, para poder soportar las crisis en compañía. Por eso los jóvenes crean un lenguaje propio para hablar sin que los entendamos padres y maestros. Por eso se visten, se peinan, cantan y piensan distinto. Esa es la crisis de identidad. Por eso los jóvenes se dedican a hablar, proyectar y construir mundos imaginarios. Quieren conocerse y compartirse; y al hacerlo, van descubriendo el mundo. Quieren acompañarse y construir conjuntamente. En grupo se enfrentan a la autoridad y también en grupo viven su crisis sexual. Así lo entendió el escritor Carlos Fuentes cuando dijo: “Lo que no tenemos lo encontramos en el amigo. Creo en este obsequio y lo cultivo desde la infancia (…) La amistad es la gran liga inicial entre el hogar y el mundo”.

Pero durante la pandemia los jóvenes no han celebrado juntos sus cumpleaños, sus fiestas o sus ritos. No viajaron en grupo, no acompañaron la partida de sus seres queridos, no pudieron contar todas sus historias y aventuras. ¡Muchas cosas quedaron pendientes! No escucharon juntos la música que toca sus fibras más sensibles, no ganaron los torneos porque nunca los jugaron, no celebraron sus meses de noviazgo, no hicieron sus rituales de amistad, tampoco los de iniciación o muerte.

Aun así, es mucho lo que pudimos avanzar. Ustedes duraron tres días para iniciar sus clases virtuales. Los niños y los jóvenes del campo en el país llevan 19 meses y tan solo el 12% de ellos tiene conectividad. Ustedes llevan meses en la presencialidad, mientras tres millones y medio de niños y jóvenes en Colombia aún no retornan a sus colegios. Hoy las mujeres del país dedican en promedio siete horas diarias a las tareas del hogar. Una verdadera tragedia. Ojalá tengan en cuenta las luchas que siguen siendo necesarias para construir una sociedad menos injusta y desigual.

Pero volvamos a ustedes. Cuando les pregunté a los egresados que hoy son profesores del Merani cómo les habían parecido las tesis de grado en 2021, me dijeron que con las tesis que ellos habían presentado en su tiempo no se graduarían hoy. Esa es la magia del desarrollo, que no es lineal ni acumulativo y que, en ocasiones, son las dificultades las que nos permiten avanzar a mayor ritmo. Muy seguramente, eso fue lo que pasó con su autonomía, su empatía, su sensibilidad, sus competencias expresivas, su pensamiento y su solidaridad. Sin darnos casi cuenta pudieron sustentar sus tesis, vivir la pasión que traen los buenos debates, se gozaron las convivencias, los conflictos resueltos y las reconciliaciones. Es cierto que no viajaron de excursión fuera del país, pero en su lugar organizamos permanentes salidas a caminar por La Sabana. Al fin de cuentas, lo importante no es dónde se viaja, sino con quién. La capacidad de adaptarse a las circunstancias es casi infinita en el ser humano. Los subgrupos de zoom, por ejemplo, fueron el escenario ideal para hablar lo que siempre hablamos cuando nos botamos en el pasto después de un almuerzo o un partido de fútbol. Poco a poco la esperanza le ha ido ganando la batalla al miedo y la alegría sigue construyendo sueños y se burla de la tristeza que llegamos a sentir. Todo eso ha sido posible gracias a las vacunas, sus padres, nuestro esfuerzo y su enorme responsabilidad.

Un joven es joven en tanto pertenece a diferentes grupos: al deportivo, al musical, al que debate en los recreos y los almuerzos, al que conforman los que juegan fútbol, los que van a fiestas, los que hacen la tesis, los que se inscribieron a un TAD de solidaridad o a un PAM de pensamiento, los que estudian o los que supuestamente se reúnen para estudiar, pero duran horas dilucidando sobre la vida y solo al final recuerdan para qué estaban reunidos. Ser joven, reitero, es pertenecer a diversos grupos. Pero resulta que en este periodo sus padres han estado demasiado presentes en sus vidas. Les escuchan casi todas sus conversaciones, sus temores, sus miedos y proyectos. Tal vez hasta una buena parte de sus pensamientos y eso, también hay que decirlo, no es bueno para la construcción de identidad.

La pandemia nos evidenció las cosas que son importantes en la vida: los abrazos, las caricias, una conversación profunda, mirarse detenidamente a los ojos, bailar, cantar y soñar. La alegría, como el llanto, se contagia y por eso se multiplica cuando estamos en grupo. La pandemia visibilizó la solidaridad, nos mostró que la sociedad no puede seguir adelante sin escuelas, que a futuro tendremos que destinar más recursos a la educación y la salud y menos a la recreación. No es lógico que un futbolista gane tanto y que un científico gane tan poco, si el primero nos divierte un rato y el segundo arriesga su vida para salvar la nuestra. No es lógico que le asignemos tantos recursos y tiempo al consumo y tan poco a la comprensión de los otros. No es lógico que invirtamos tanto tiempo y recursos en mejorar el celular y tampoco en dialogar con nuestros abuelos o escuchar las preguntas de los niños. En el mundo futuro serán la empatía y la solidaridad las que deberían crecer ilimitadamente, no el consumo.

Durante la pandemia aprehendimos que un abrazo es imprescindible y que la presencialidad es irremplazable. Por eso, pese a todas las ventajas que le atribuyen los jóvenes a la virtualidad, ninguno dudaría un instante en volver a pisar los prados y las canchas de su colegio. Casi todos los seres humanos preferimos la realidad al metaverso. Aprehendimos que en equipo podemos sortear cualquier dificultad por compleja que sea y que en grupo nos volvemos superhombres. Aparece lo que llamó Varela, una emergencia. Todos juntos tenemos más fuerza que la fuerza de todos sumada: el todo es superior a la sumatoria de las partes.

Aunque muy tarde, ya sabemos que no somos los dueños de la Tierra, que no nos pertenece y que, si no escuchamos su llanto, no viviremos eternamente para contar la historia. Tenemos que escuchar a nuestros “hermanos mayores” que tanto hemos maltratado, humillado y despreciado. En una carta profética sobre la que no se tiene veracidad aún, el jefe Seattle le dice al presidente de los Estados Unido: “también los blancos se extinguirán, quizás antes que todas las otras tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios desechos. Ustedes caminan hacia su destrucción rodeados de gloria (…). No es la tierra la que pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra”. Desde su sabiduría ancestral estaba prediciendo el desastre ambiental hacia el que nos encaminamos y la necesidad de volver a vincularnos como una especie más que habita ese “pequeño punto azul en el espacio”, como llamaba Carl Sagan a nuestro planeta.

También aprehendimos que la familia sigue siendo esencial; aprehendimos el valor infinito de los amigos, de las reuniones sociales, de las buenas compañías; aprehendimos que si enfrentamos solos los problemas nunca los podremos superar, y que las pantallas y la virtualidad guardan la magia de la mediación asincrónica y de la relativización del espacio. En la sustentación de tesis, por ejemplo, un jurado estaba en Berlín, otro en Barcelona y otro vive en Londres. El poder de las redes es inmenso. Franco Parisi, obtuvo el tercer lugar en las recientes elecciones de Chile sin vivir en el país austral, sin participar en ningún debate ni organizar ninguna marcha electoral. Hizo toda su campaña por internet desde Estados Unidos. Tanto las redes como la mediación asincrónica fueron objeto de estudio en sus tesis de grado. Aun así, no nos deberíamos dejar deslumbrar por la tecnología. Al fin de cuentas nada es tan importante como una palabra de cariño, un abrazo, un amigo, un buen profesor, una copa de vino, una buena compañía, una mirada a los ojos o una caricia.

Es cierto. No enfrentamos la pandemia de manera conjunta y eso lo cobrará la historia. El virus seguirá entre nosotros por largo tiempo. En África, por ejemplo, tan solo el 6% de la población está vacunada. El virus subsistirá, aparecerán nuevas variantes y nuevos virus, los cuales nuevamente se dispersarán por la Tierra. Viviremos la pandemia de los no vacunados y al final podríamos volver a contagiarnos. Los virus y las bacterias nos ganaron una nueva batalla, derrotaron nuestro egocentrismo, nos devolvieron a nuestra condición de especie frágil y vulnerable, más allá de nuestra raza, riqueza, credo o nacionalidad. No hay duda, el nacionalismo nos nubló los ojos.

No sabemos qué suceda en el futuro. Nunca lo hemos sabido. Lo que sí sabemos es que el futuro no existe. Es una construcción conjunta y, dependiendo de lo que hoy hagamos, mañana viviremos de una u otra manera. Dependen de la tenacidad que hoy tengamos, serán los frutos que mañana recogeremos. Al final la vida es un poco más justa de lo que parece y los hijos que tuvieron padres autoritarios amarán menos a sus padres cuando sean abuelos, mientras que los hijos de padres democráticos devolverán con creces el afecto y el cariño que recibieron. Lo mismo pasa con la amistad, pues los buenos amigos los acompañarán hasta el último día. Como los buenos hermanos, los buenos hobbies, la buena música, los buenos vinos y las buenas compañías. Pero nunca olviden: las mejores amistades se construyen desde el colegio.

Queridos graduandos: hoy se van del Merani, pero las puertas permanecerán abiertas para ustedes. Ya eligieron la carrera de sus vidas, pero no duden en cambiarla si no les brinda la felicidad que estaban esperando. No olviden: no existe el futuro, son ustedes quienes lo construyen. Hasta hoy pelearon contra las evaluaciones actitudinales, las fechas de niveles, las recuperaciones y la presión que generaron los Requisitos, pero a lo largo de la vida agradecerán el esfuerzo que hicimos para formar su mayoría de edad, como la llamó Emmanuel Kant. Algunos pudieron maldecir en algún momento sus tesis, pero con el tiempo nos agradecerán que hasta el último día les hayamos exigido no pasar por alto los errores. Al hacerlo, los invitamos a buscar siempre una mejor versión de ustedes mismos y a no conformarse. En el fondo, en eso consiste la vida.

“Qué bonita es esta vida” es una bella canción compuesta por tres mexicanos y convertida en vallenato por Jorge Celedón. Su letra dice algo muy cierto: “aunque a veces duela tanto y a pesar de los pesares, siempre hay alguien que nos quiere y siempre hay alguien que nos cuida”. No olviden: aquí también los queremos y aquí también los cuidamos.

¡Muchas gracias!




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