El trayecto que Gerardo y yo hemos transitado ha sido largo, muy largo, como esas caminatas de las excursiones en que en un tramo cada uno sabe que el otro está ahí, aunque viene atrás conversando con otros compañeros; luego se camina uno al lado del otro un buen rato y después uno se adelanta o el otro se queda hablando con los demás, pero se sabe que se encontrarán de nuevo.
Gerardo entró a la facultad de filosofía cuando yo ya estaba terminando la carrera; al poco tiempo nos encontramos como profesores en el colegio San Carlos y antes de terminar el primer año ya habíamos formado un grupo de música: dos guitarras acústicas, una percusión y, paradójicamente, un gringo amigo suyo que venía de Bolivia tocaba la quena, la zampoña y el charango mejor que los latinoamericanos. Interpretábamos canciones de lo que en esa época llamaban canción de protesta, pero luego empezamos a musicalizar poemas (de Miguel Hernández, César Vallejo, Neruda y otros), poemas que tuvieran el espíritu que muy bien resumió Gabriel Celaya al escribir “La poesía es un arma cargada de futuro”. Por eso nuestras presentaciones no eran “conciertos”, sino colaboraciones: exceptuando una presentación en el Jorge Eliécer Gaitán y otra en el León de Greiff, en la Nacional, tocábamos en sindicatos, salones como el de Derecho de la Nacional o en el Camilo Torres y en salas de teatro como la Mama, la Candelaria o el Teatro Libre. Es decir, no era un negocio…
Después yo me fui quince años a San Andrés y nos volvimos a encontrar, hace 20 años, el I.A.M. En el colegio, a cada uno de nosotros nos referencian, como es lógico, por la materia que dictamos o el área a la que pertenecemos; así, Uldarico la matemática, Sánchez la química, Mechas la filosofía, Nieto la literatura. Para mí, Gerardo es la cultura, y no porque él domine todos los otros saberes, sino porque su preocupación y su entusiasmo lo encuentra en las formas de expresión de esta, bien sea la música, la poesía, el teatro o la buena escritura. Pero, además, hubo una época en que se encargaba de la compra de los libros para la biblioteca o nos conseguía entradas a la feria del libro.
En una ocasión habló de la necesidad de volver al mito. En ese momento no entendí qué quería decir. Pero, al relacionar esa petición con su evocación a la Pachamama o Madre Tierra, entendí que varios de los problemas de Occidente nacen de tratar a la Naturaleza como un objeto y no como un sujeto; es decir, no hay sólo que observarla para dominarla, sino escucharla para comprenderla.
Espero que más adelante nos volvamos a encontrar; me va a hacer falta, y al Merani también.
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Hombre de luz
30 de noviembre de 2024